APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

La guerra de Putin y la paz de Trump

La guerra de Putin y la paz de Trump
La guerra de Putin y la paz de Trump Foto: AP

Han sido tres años de una guerra cruel y devastadora, entre hermanos, en la que ha muerto más de un millón de personas. Una guerra evitable, provocada por la invasión rusa de Ucrania, ordenada unilateralmente por Vladimir Putin el 24 de febrero de 2022. La paz debería ser una prioridad, no sólo para el gobierno de Estados Unidos sino para toda la comunidad internacional.

Para imaginar cualquier hoja de ruta hacia la paz habría que regresar a los orígenes del conflicto, sobre los que no hay consenso internacional. Según el Kremlin la “operación militar especial” fue ordenada para “desnazificar Ucrania”, luego de la elección y consolidación de Volodimir Zelenski al frente del gobierno ucraniano, que sucedió a Petró Poroshenko.

El gobierno de Zelenski acentuó la línea antirrusa y pro-occidental de la política ucraniana. A mediados de 2021, el llamado Triángulo de Lublin, integrado por Polonia, Lituania y Ucrania, lanzó un proyecto para acelerar la integración de Kiev a la Unión Europea y la OTAN. Sin embargo, el proyecto generó no pocas reservas o abiertas oposiciones dentro del bloque europeo.

La tesis de que la guerra era necesaria por la inminente incorporación de Ucrania a la OTAN, que tanto explotaron los medios de comunicación rusos y sus aliados en América Latina, no es sostenible con mínimo rigor histórico. Todavía hoy, a pesar del derroche de agresividad de Rusia en Ucrania, no hay acuerdo en ese sentido. En el verano del año pasado, Estados Unidos y Alemania se opusieron al ingreso de Ucrania en la alianza, aunque aprobaron el plan de asistencia militar más ambicioso.

Además de la “desnazificación”, que explicaba los ataques sobre Kiev y otras ciudades cercanas a la capital o a la frontera con Polonia, desde los primeros días de la guerra se hizo evidente que otro objetivo más tangible de Moscú era anexar territorios del Donbas. De manera que si la meta máxima era el derrocamiento de Zelenski y la neutralización de la corriente proeuropea de Ucrania, la mínima era la extensión de las fronteras rusas.

Hasta hoy, ambos objetivos están presentes en la estrategia de Putin. Rusia no reconoce la legitimidad del gobierno de Zelenski. Antes de la Ley Marcial y de la posposición de las elecciones de 2024, no la reconocía porque consideraba a Zelenski un títere de la política occidental. En los últimos meses, menos, porque define a Zelenski como un gobernante de facto, no validado por las urnas.

Por lo visto, el proyecto de paz que Donald Trump ha propuesto a Vladimir Putin contemplaría la expansión territorial de Rusia sobre la zona del Donbas. Como la de Crimea en 2014 o cualquier otra expansión territorial de cualquier imperio moderno —piénsese en Texas en 1836— , la del Donetsk, Lugansk o Zaporiya ha sido justificada con la voluntad de la población de origen ruso en esa zona.

Menos claro sería el segundo objetivo, el fin del gobierno de Zelenski o la reorientación de la política ucraniana, en el plan de Trump. Pero por lo poco y confuso que ha trascendido, Putin estaría dispuesto a acordar un cese al fuego a cambio de la cesión de territorios, para luego continuar la guerra por otros medios y hostilizar al gobierno de Zelenski, hasta derrocarlo.

La sensación de victoria que proyecta el Kremlin en estos días, a partir de la relegación de Ucrania en el proyecto de Trump, será pasajera. La Unión Europea no abandonará a Kiev y la posición de Bruselas sigue teniendo peso, a pesar de los tantos análisis triunfalistas de estos días, que quisieran ver el mundo repartido entre Estados Unidos, China y Rusia.

En las próximas semanas y meses se verá qué tan profunda es la cohesión entre Trump y Putin, más allá de la simpatía mutua que se deparan y las coincidencias autoritarias que los unen. Para Europa y Ucrania será conveniente pasar al juego diplomático y no aparecer como polo guerrerista, pero difícilmente renunciarán a exigir garantías de no agresión a Kiev.