MARCAJE PERSONAL

La fiesta brava, los últimos paseíllos

Julián Andrade*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

La fiesta brava puede estar viviendo sus últimas horas en la Ciudad de México. El 18 de marzo, en el Congreso local, se definirá si se prohíbe la lidia a muerte de los toros.

Las peleas de gallos no entrarán en la ecuación, porque son “tradición” en Iztapalapa y Xochimilco, como si las corridas de toros no lo fueran, y desde hace siglos. La primera ganadería, Atenco, se fundó en 1552. Se menosprecia una historia que tuvo exponentes mexicanos como Ponciano Díaz, Silverio Pérez, Carlos Arruza, Fermín Espinosa Armillita, Jesús Solórzano, Rodolfo Gaona, Lorenzo Garza, Eloy Cavazos, Mariano Ramos, Curro Rivera, David Silveti y Manolo Martínez, entre tantos otros.

De Silverio Pérez se cuenta que, a su llegada a España, en el aeropuerto de Barajas, un grupo de jovencitas se llevó la decepción de su vida al ver que “el tormento de las mujeres”, como se consignaba en el pasodoble compuesto por Agustín Lara, era un tipo flaco, más con pinta de maletilla, que del empaque que en realidad tenía cuando se plantaba en el ruedo y convertía a la plaza en un rígido de emoción, para en cada ocasión, voltear hacia el cielo, y ver si su hermano Carmelo, muerto por un cornada, se asomaba a verle torear.

Lara, al ser cuestionado, afirmó que cuando toreaba Silverio era un tormento para él y para los hombres, por lo que se le hizo lógico el extender la angustia a las aficionadas taurinas también.

La capital del país tuvo tres plazas de relieve, el Toreo de la Condesa, el de Cuatro Caminos y La Plaza México, inaugurada el 5 de febrero de 1946, alternando Manuel Rodríguez Manolete, Luis Castro El Soldado y Luis Procuna, con ganado de San Mateo.

Los toros son un tema que polariza y hay argumentos a favor y en contra que son atendibles. No me refiero a las pueriles intenciones del Partido Verde, que ya destruyó a los circos y que ahora se empeña en hacer lo propio con la fiesta brava, porque es una buena coartada para no ocuparse de temas de medio ambiente.

Me detengo, en cambio, entre quienes no gustan de las corridas porque las consideran una salvajada. En esa costelación hay respetables defensores de los animales. Aciertan, por supuesto, en que la lidia hace daño a la res, y que cuesta trabajo comprender que en pleno siglo XXI se le dé muerte al burel con una espada.

Pero está la otra cara de la moneda, la de las familias que viven de la fiesta brava; los toreros, banderilleros, picadores, alguaciles y monosabios, por no hablar de las ganaderías, del propio toro bravo, que sirve para eso, para pelear.

Se calcula que la fiesta genera 30 mil empleos directos.

Un espectáculo que condensa sangre, pero que a la vez ha propiciado literatura, poesía, pintura y música, con una profundidad cultural que nadie puede negar.

Temas:
TE RECOMENDAMOS: