ANTROPOCENO

Un país feliz

Bernardo Bolaños *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón
Bernardo Bolaños *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón Foto: larazondemexico

Hay quien me quiere hacer ver que no tenemos derecho a ser felices en México, mientras ocurran horrores como el de Teuchitlán y que debo usar las palabras más duras para nombrarlo (“campo de exterminio”, no “centro de adiestramiento donde se cometían tortura y homicidios”).

A mí y a otros nos exigen que, ante la falta de medicinas en los hospitales del IMSS-Bienestar, debemos condenar al Gobierno hasta en las reuniones sociales. Durante una de ellas, hace unas semanas, estábamos recordando anécdotas, hablando de cine y de deportes, pero a dos asientos estaba un conocido que buscaba hacer contacto visual conmigo. Cuando lo logró me soltó su frustración: “Bernardo ¿te das cuenta de que la desaparición de los órganos autónomos y del Poder Judicial es el fin de la democracia?”. Consiguió arruinarme un poquito la velada, pero no me enganché. No siempre tengo que engancharme en política. ¿Qué puedo hacer yo un jueves, durante una comida, contra las reformas heredadas por AMLO?

Pese a todos los males que ven muchos mexicanos, fuimos en 2024 uno de los diez países más felices del mundo. Lo dicen Gallup y la ONU. Es interesante buscar una explicación. Afganistán es el país más infeliz en la lista y ello coincide con el sentido común (está en guerra y tiene a las mujeres en un apartheid). Ucrania también está mal ubicada. Líbano no se diga, con su crisis económica, de escándalos políticos y de millones de refugiados. Pero tanto Israel como México tenemos niveles muy altos de felicidad, comparados con el resto del mundo, aunque estemos envueltos en conflictos no convencionales (con Hamas y los cárteles, respectivamente).

La clasificación de felicidad de la ONU mide, entre otras cosas, las emociones positivas y negativas. Eso es clave. Ante cualquier problema podemos responder con paciencia o con angustia, con humor o maldiciendo al mundo, con felicidad o con amargura. En mi familia, el “deber” de estar amargado no era raro. Mostrar felicidad podía ser considerado presunción, privilegio, echarle en cara la buena suerte a los otros parientes. Es triste, pero, se sabe, para aprender a ser felices a veces hay que tomar distancia de tóxicos y amargados.

Que México esté tan bien ubicado en el ranking de felicidad me parece tan importante como cuando ganamos la medalla de oro olímpica en futbol. O más. Pero no se le da difusión por miedo a “hacerle el caldo gordo a los populistas”. Menos aún se reconoce que la política social de la 4T contribuyó a obtener ese resultado. Lo que supone un círculo vicioso, porque entonces los opositores se imponen el deber de estar amargados como reacción al hecho de estar amargados.

Comprendo un poco ese punto de vista. Tengo amigos que no soportan la película La vida es bella de Roberto Benigni, porque sus ancestros sufrieron el Holocausto. En el filme, un clown maravilloso logra endulzarle la vida a su hijito, dentro de un campo de concentración nazi. Los críticos creen que no se puede uno reír de todo. Quizá, pero yo estoy feliz de que mi país, pese a todas sus desgracias, sea uno de los más felices.

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