La historia de la pasión de Cristo, que se recuerda cada año durante la Semana Santa, es un motivo permanente de honda reflexión acerca del sentido de la vida humana en general, pero también de la vida de cada uno. El protagonista indiscutible de dicha historia es Jesucristo. Sin embargo, hay otros tres personajes que reflejan distintas actitudes ante el misterio pascual que nos pueden ayudar a entender otras dimensiones de la existencia humana en las que nos podemos ver reflejados. Estos tres personajes son Poncio Pilato, Pedro y Judas.

Poncio Pilato no buscó la muerte de Jesucristo, sin embargo, la permitió. Como a Pilato, a cada uno de nosotros nos llegan —o, quizá, mejor dicho, nos caen— circunstancias en las que tenemos que tomar decisiones que pueden ser moralmente correctas o incorrectas. Sin embargo, por indiferencia o incluso por flojera, dejamos que las cosas sigan su curso y no hacemos nada para detenerlas. Somos cómplices pasivos e incluso no tan pasivos de grandes males. A Pilato se le recuerda por la pregunta filosófica que le hizo a Jesucristo y que nos seguimos planteando hasta el día de hoy: ¿qué es la verdad? La desgracia de Pilato es que él estuvo enfrente de la verdad y fue incapaz de reconocerla. El romano quiso ser justo, pero no hizo justicia porque no tenía los ojos abiertos ante una realidad que estaba enfrente de él.
Pedro negó a Jesucristo tres veces antes de que cantara el gallo, tal y como Jesucristo se lo había advertido en el crepúsculo anterior. Pedro ama a Jesucristo, por eso mismo, habló con el corazón cuando le dijo que lo acompañaría a donde él fuera, incluso a la cárcel, incluso a la muerte. Sin embargo, es un ser humano, el más humano de los apóstoles y, por lo mismo, es débil. Al igual que Pedro, los cristianos muchas veces nos descubrimos traicionando las promesas que le habíamos hecho a Jesucristo. Lo que cambia todo, lo que nos permite seguir en el camino que nos lleva a la salvación, es el arrepentimiento genuino. Pedro se arrepiente profundamente de su cobardía, llora desconsoladamente. No hay mayor pecado que negar a Dios y, mucho más, cuando se trata de un Dios vivo. Sin embargo, Pedro recibe el perdón. Tanto así que se convierte en la piedra sobre la cual se funda la Iglesia.

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Judas también traiciona a Jesucristo, pero su historia es completamente diferente de la de Pedro. Mientras que Pedro niega a Jesucristo por su debilidad humana, Judas piensa muy bien lo que hace, busca a los enemigos de Jesucristo, hace planes con ellos, recibe un pago de monedas de oro por su traición. La historia de Judas es terrible. Judas sufre de remordimiento, pero ya no encuentra el perdón, no el de Jesucristo, sino el de sí mismo. Judas ya no puede seguir viviendo con la culpa y sabe que no hay nada que pueda hacer para borrarla. No le queda otra que castigarse a sí mismo con la pena capital. Se cuelga de la rama de un árbol. La imagen de Judas ahorcado es quizá la más escalofriante de las Escrituras. Lo que se nos advierte es que cuando nosotros decidimos con cuerpo y alma ir en contra de Dios, no hay nada que nos salve porque somos nosotros mismos quienes nos condenamos.
Las historias de Poncio Pilato, Pedro y Judas nos sirven como ejemplos para tomar en cuenta no sólo durante la Semana Santa sino a todo lo largo del año. El camino de la vida humana está repleto de obstáculos. A diferencia de los animales, que viven como de bajada, nosotros, los seres humanos, vivimos como de subida, y eso tiene la consecuencia inevitable de que podemos resbalar en cualquier momento. Los tropiezos son inevitables, no hay quien llegue a la cima sin haber dudado o sin haberse equivocado, sin embargo, lo que jamás debemos perder de vista es la meta que deseamos alcanzar. La vida de Jesucristo es el ejemplo que disponemos para llegar al final de la ruta. Nadie puede ser igual que él, pero lo que sí podemos hacer es hacer un esfuerzo por imitarlo cada día de nuestra existencia.
