Sofia Gubaidulina murió el 13 de marzo de este año. Nació en Kazán, capital de la república rusa de Tartaristán, en 1931.
Su padre era de origen tártaro y su madre de origen judío. Estudió en el Conservatorio de Kazán y luego en el de Moscú, en los cuales comenzó a componer música experimental, lo que le provocó problemas con las autoridades que prohibían cualquier tipo de expresión artística que saliera de las normas oficiales. Gubaidulina vivió en Alemania desde 1992 hasta su muerte. Una característica de la música de la compositora rusa es su religiosidad. Ella contaba que cuando niña tuvo una experiencia religiosa que la hizo creyente, pero que de inmediato se dio cuenta de que tenía que ocultar su fe porque la sociedad en la que vivía era hostil a esa actitud. Sin embargo, desde que comenzó a componer, ella intentó llegar a Dios por medio de su música para escapar de la cruda realidad de la Unión Soviética. Las distintas maneras en la que experimentó con los ritmos, los sonidos y los instrumentos son, según su propio testimonio, diferentes formas de tejer lazos con la divinidad.
Contaba Gubaidulina en una entrevista grabada, que cuando era niña vivía en la pobreza. Es extraño que algo bueno pueda surgir de la pobreza, decía, pero si la pobreza se puede superar, entonces de manera misteriosa puede transformarse en riqueza. Narraba la compositora que en su casa no había juguetes, ni libros, nada que pudiera entretener a una niña. Apenas alcanzaba para lo estrictamente necesario. Tampoco había recursos para salir al campo en el verano, ver paisajes, árboles, flores, todo era gris, todo era aburrido. Nada que pudiera estimular la mente de un niño. Sin embargo, cuenta ella que salía al patio árido de su casa, sin una sola planta que alegrara el escenario, se sentaba sobre un balde y entonces volteaba hacia el cielo para mirar a las estrellas. Su imaginación se alejaba de su entorno y empezaba a vivir allá arriba, en medio de las estrellas. Eso era posible, añadía la compositora, por la pobreza que no le brindaba nada a ras del suelo y que la impulsaba hacia el firmamento. De esa miseria brotaba entonces una riqueza insospechada.
Hay dos tipos de pobreza: la material y la espiritual. Uno puede no ser pobre en el primer sentido y serlo en el segundo. La relación que traza Gubaidulina entre la pobreza y el deseo de lo trascendente, de lo divino, no se limita a la pobreza material, que ella sufrió en la Unión Soviética de aquellos años, sino también a la pobreza espiritual que también padecía. En otros países, en los que la pobreza material se ha logrado atenuar, sigue habiendo una terrible pobreza espiritual. Para combatirla, para vencerla, siempre tendremos a la música.