ACORDES INTERNACIONALES

Operación Sindoor: India y Pakistán

Valeria López Vela. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón
Valeria López Vela. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón Foto: larazondemexico

Al momento de escribir esta columna, han pasado minutos desde que las Fuerzas Armadas de la India lanzaron la ofensiva militar “Operación Sindoor” sobre nueve infraestructuras terroristas en Pakistán y en Jammu y Cachemira, territorios ocupados por Pakistán, desde donde se han planeado y dirigido ataques terroristas contra la India.

El comunicado oficial de la India señalaba que el ataque ocurrió en respuesta al “brutal ataque terrorista de Pahalgam, en el que fueron asesinados 25 ciudadanos indios y un nepalí. Estamos cumpliendo con el compromiso de que los responsables de este ataque rindan cuentas”.

Es imposible olvidar que la muerte de Osama bin Laden, en 2011, reveló no sólo el paradero del terrorista más buscado del mundo, sino también una incómoda verdad sobre el papel de los Estados en el encubrimiento del terrorismo. Bin Laden fue hallado en Abbottabad, una ciudad militar paquistaní ubicada a apenas 120 kilómetros de la capital. No vivía escondido en una cueva, como muchos imaginaban, sino en una residencia fortificada en una zona controlada por el ejército. El encubrimiento no sólo permite que el terrorismo sobreviva, sino que mina la credibilidad del Estado mismo.

Por su parte, Pakistán respondió bombardeando a la India, aduciendo que los ataques previos debían ser considerados como un acto de guerra y que tenía derecho a defenderse. Hasta el momento de escribir esta columna, la información disponible era escasa y solamente refería el derribo de dos aviones y el lanzamiento de algunas bombas. El comité de seguridad tuvo una reunión de emergencia para establecer la estrategia.

Que India nombrara una ofensiva militar contra Pakistán como “Operación Sindoor” sería algo más que una simple provocación: es un gesto simbólico inquietante. El sindoor, es el polvo rojo que las mujeres indias casadas llevan en la raya del cabello, es un signo de pertenencia conyugal, de unión marcada por el esposo. Usar ese nombre para una operación militar implica una narrativa peligrosa: la del territorio como “esposa”, como posesión legítima, como cuerpo que puede ser marcado, conquistado o recuperado por la fuerza.

El mensaje no sólo sería político, sino profundamente moral. Transformar un símbolo íntimo y religioso en una declaración de supremacía convierte la violencia en ritual, y el dominio en ceremonia. En el contexto de un conflicto tan cargado de tensiones étnicas, territoriales y religiosas como el de India y Pakistán, este tipo de retórica es, también, una estrategia militar; no es una casualidad que esa sea la forma de narrar el poder, la identidad y la posesión.

Desde su independencia en 1947, India y Pakistán arrastran uno de los conflictos más dolorosos y persistentes del mundo contemporáneo. Pero más allá de los mapas y los tratados, este conflicto ha significado décadas de miedo, represión y sufrimiento cotidiano para millones de personas.

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