La crítica de Zedillo, sobre la cual escribí la semana pasada en Cartas Políticas, recibió una fuerte reacción por parte de la Presidenta Sheinbaum, quien señaló al expresidente por la matanza de Aguas Blancas en 1995 y de Acteal en 1997, por el Fobaproa y por vínculos con el narco. Esa respuesta, más que el fondo de la crítica de Zedillo, encendieron las denuncias de éste de que México se ha convertido en una autocracia.
Me llama la atención la ligereza de la crítica y su poca repercusión en la mayoría.
Desde el minimalismo, la democracia es un mecanismo repetido en donde hay elecciones competidas, en donde nadie puede asegurar el resultado de una elección antes de que se realice y en el cual, una vez que los votos son contados, el resultado es respetado por todos. Hay una garantía: la posibilidad de quitar a un gobernante/partido al finalizar su periodo.
La democracia liberal, que es la ampliamente defendida por la oposición y básicamente el proyecto político de los gobiernos de transición desde el 94 hasta el 2018, es un régimen en el que, además e idealmente, reina el Estado de derecho, existe la separación de poderes y hay una protección de libertades básicas de participación política, expresión, propiedad y religión.
Para quienes defienden la democracia liberal como aspiración política, la autocracia es, simple y llanamente, todo lo que no es democracia. Así las cosas, México está cada vez más lejos de ser una democracia liberal. No obstante, la crítica del autoritarismo de la 4T ha sido tan intensamente malgastada y utilizada tan a la ligera, que hoy no veo una posibilidad de que esto permee de alguna forma.
Mientras el país se aleja de la democracia liberal, quién sabe a dónde vamos: ¿Hacia una semi-democracia, dicta-blanda, democracia no liberal, semi-autoritarismo, un autoritarismo competitivo, un régimen mixto o híbrido? No hay una crítica seria, como si la política se dirimiera únicamente entre dos polos: Finlandia y Corea del Norte.
Estamos en 2025 y no en los 90, no estamos precisamente en una ola de esperanzadora democratización. Para una proporción importante de la población, la garantía de poder cambiar en las siguientes elecciones a los gobernantes y partidos está sobrevalorada. La razón es generacional: simplemente la mayoría de la población no sabe lo que es vivir en un régimen autocrático como el del PRI de los 70 y, por lo tanto, no le tiene miedo. Pero también es global: francamente, llevamos desde 2016 en un mundo en el que hasta se cuestiona si Inglaterra o Estados Unidos siguen siendo democracias.
Claramente, hay un problema en los conceptos y definiciones de democracia y autocracia. La tendencia global es que la gente está dispuesta a tolerar ciertos grados de arbitrariedad a cambio de implementar políticas afines a sus preferencias políticas, está dispuesta a ceder grados de libertad a cambio de resultados.