EL ESPEJO

Mujica: el poder de la congruencia

Leonardo Núñez González. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

Pocas figuras políticas han generado tanta admiración y atención global como José Mujica.

No sólo por haber cambiado el uniforme guerrillero por la banda presidencial de Uruguay, sino por la congruencia radical que mantuvo hasta su muerte la semana pasada. En estos tiempos que la política ha sido dominada por lo performativo, donde la austeridad y la cercanía al pueblo suelen ser simples disfraces electorales, Mujica demostró que vivir como se piensa no es sólo una frase hecha, sino un camino posible, aunque incómodo, para gobernar.

José Mujica no fue un político tradicional y probablemente nunca quiso serlo. Lo dejó claro desde sus primeros pasos en la política institucional cuando, en su discurso inaugural como diputado, hizo una apología al pasto y las granjas, poniendo al centro un tema ignorado por los políticos de la época, pero de gran importancia para casi 15% de la población dedicada al sector agropecuario. De ahí en adelante, su trayectoria estuvo marcada por una comunicación sencilla pero profunda, con un diálogo honesto y permanente con sus ciudadanos y una vida tan sencilla, pero llena de sabiduría, que desarmaba las críticas más severas.

A diferencia de otros líderes que han usado la austeridad como estrategia mediática, la vida humilde de Mujica nunca fue parte de un montaje. No cambió su pequeña granja por el palacio presidencial, ni su viejo Volkswagen por autos de lujo. Hasta el final, se mantuvo lejos de la corrupción y jamás fue señalado por enriquecer a su círculo cercano. Durante su presidencia, Mujica gobernó con un pragmatismo peculiar. Su gestión enfrentó resistencias dentro y fuera de Uruguay debido a reformas históricas y audaces, como la regulación del mercado de la marihuana, el matrimonio igualitario y la legalización del aborto. Curiosamente, estas políticas no formaban parte original de su ideario, pero Mujica supo reconocer el momento político, negociando con inteligencia y humildad incluso con los sectores más conservadores. Siempre estuvo dispuesto a ceder, consciente de que, como él mismo decía, “gobernar es crear condiciones”.

Tal pragmatismo fue posible porque Mujica entendía que la política no era cuestión de imposición, sino de convencimiento. No dudó en dialogar con sus adversarios, buscar consensos y dar marcha atrás cuando hacía falta. Esa capacidad de reconocer los límites y errores lo alejó siempre de la soberbia del poder, algo que, nuevamente, contrasta con líderes de otras latitudes, en donde reconocer errores o dialogar con la oposición es visto como debilidad o traición.

Los resultados de su gestión están a la vista: durante su mandato, Uruguay mantuvo una economía estable, logró avances significativos en reducción de pobreza y amplió notablemente las libertades civiles, convirtiéndose en una referencia internacional en políticas progresistas. Su gestión no sólo tuvo efectos internos, también colocó a Uruguay en el mapa global como un ejemplo de estabilidad democrática y respeto por los derechos humanos.

El desgaste de casi 15 años de gobierno del Frente Amplio llevó a la derrota del movimiento de Mujica en 2019, pero su figura y valores siguen vigentes, al punto que Yamandú Orsi, considerado un heredero político de Mujica, capitalizó este legado para consolidar su liderazgo y lograr la victoria en las elecciones de 2024. Tras su muerte, Mujica seguirá siendo un ejemplo de que otro tipo de política siempre es posible y una vara con la que habrá que medir a cualquiera que se quiera hacer llamar de izquierda.

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