Los que mataron a Ximena Guzmán y a José Muñoz tenían todo calculado. Hicieron trabajo previo, para conocer rutinas de los funcionarios y actuaron en consecuencia. El sicario disparó 12 veces, sin fallo alguno, con una destreza que sólo tienen los profesionales.
Una alevosía perversa, porque, además, sus víctimas eran servidores públicos que contaban con el aprecio y respeto de sus colegas, dos atributos que no siempre empalman en las duras tareas de gobierno.
A ello hay que añadir las múltiples redes que construyeron, de amistad y de trabajo, en las diversas constelaciones de la izquierda y en particular la vinculada con lo social.

Magnicharters, de pena
Guzmán, la secretaria particular de la Jefa de Gobierno, tenía una amplia trayectoria en la administración capitalina donde siempre se condujo con institucionalidad. Durante el periodo de Miguel Ángel Mancera laboró en la eficiente área de logística y luego en la Secretaría de Gobierno. Con Brugada tenía una larga historia que explica la posición central que jugaba en la actualidad, donde controlaba no sólo la agenda, sino el encargo de temas estratégicos.
Muñoz, quien asesoraba en cuestiones torales, venía de un acompañamiento de años con quien también fue alcaldesa de Iztapalapa.
Los asesinos, al menos cuatro en el terreno, aunque seguramente tienen jefes que lo ordenaron, pegaron fuerte al Gobierno de la Ciudad de México, porque las consecuencias de lo que hicieron eran predecibles, ya que es una operación para generar zozobra, para acorralar a las autoridades, más allá de los móviles directos del ataque.
Estudios de antropología digital, elaborados por Dinamic, uno de los mayores centros de monitoreo en América Latina, detectaron que los sentimientos prevalecientes en redes sociales como Facebook, X, YouTube, TikTok e Instagram fueron los de indignación con 34.8%; el miedo alcanzó un 30.2% y las exigencias de transparencia e información, en cuanto a las averiguaciones, con un 25.6%.
Como todo crimen de alto impacto, el doble asesinato obligará a indagatorias puntuales, precisas. Sólo así se atajarán versiones mal intencionadas o inclusive distorsiones que suelen desatarse en este tipo de acontecimientos.
Una tarea complicada para la fiscal Bertha Alcalde y para el jefe de la policía de la Ciudad de México, Pablo Vázquez, pero ambos cuentan con la capacidad y los alicientes para cumplir con su tarea, la que, paradójicamente, acaso sea una de las más importantes en su trayectoria pública.
En cuanto a la Ciudad de México y sus esquemas de seguridad, habría que atenerse a lo que ya han señalado las propias autoridades, donde hay la firme voluntad de continuar e intensificar los esfuerzos para combatir a la delincuencia.
Después de todo, resulta imperioso fortalecer esos mensajes que, aparejados con los resultados, pueden revertir los explicables sentimientos de tristeza y agobio, donde el compromiso inmediato con Guzmán y Muñoz, con sus familiares y amigos, sea el de dar con quienes los ultimaron, para que sean llevados ante la justicia.

