En las elecciones parlamentarias y regionales en Venezuela se produjo cerca de un 60% de abstención, según el gobierno, y 85% de acuerdo con la oposición. El triunfo oficialista fue resultado del retraimiento de los opositores, que se atribuyen el triunfo en las elecciones del verano de 2024, a partir de las actas electorales que hizo públicas la Mesa de la Unidad Democrática, el partido de Edmundo González Urrutia y María Corina Machado.
A pesar de que el principal partido de la oposición no participó en la elección, opositores como Henrique Capriles Radonski, que sí intervinieron en la contienda, ganaron escaños en la Asamblea Nacional. Otros, como el gobernador del estado de Zulia, Manuel Rosales, perdieron la reelección. Ambos, sin embargo, han señalado que el verdadero vencedor fue la abstención.
Nunca serán lo mismo una elección presidencial y otra legislativa o territorial. Aun así, los propios resultados oficiales ofrecen un mapa electoral de Venezuela bastante parecido al que describen las actas electorales que la oposición dio a conocer en el verano de 2024. De acuerdo con esos resultados, el 82% de poco más del 40% del electorado, el madurismo tendría un respaldo cercano al 30% del padrón electoral.

Intimidación en Nayarit
La hegemonía madurista no es mayoritaria, como sí lo era la de Hugo Chávez. Su autoridad no descansa sobre mecanismos plebiscitarios o sobre una verdadera competitividad electoral. Descansa sobre el fraude y la imposición, a la que en el escenario electoral más reciente habría que sumar el abstencionismo y la falta de garantías para la oposición.
El concepto de autocracia resulta, así, perfectamente aplicable al caso venezolano. Otras definiciones de la ciencia política, que a veces se utilizan como equivalentes conceptuales, como las de régimen híbrido o autoritarismo competitivo, ya no son válidas para Venezuela ni para Nicaragua. Maduro y Ortega carecen del respaldo mayoritario que les permitiría contender en unas elecciones mínimamente competitivas. De ahí que despojen a ese sistema de cualquier posibilidad de despliegue de una oposición legítima.
El proceso de normalización de la autocracia en ambos países latinoamericanos cuenta a su favor con la propia naturalización de otros sistemas antidemocráticos, como el ruso o el cubano, en el nuevo orden internacional. La presencia de Nicolás Maduro y Miguel Díaz-Canel en Moscú, durante el aparatoso desfile militar del 9 de mayo, respondió a ese afán de legitimación mundial de líderes que no deben su liderazgo a procesos electorales competidos.
Esa lógica de normalización también se relaciona con la incapacidad de las democracias latinoamericanas, especialmente las encabezadas por el nuevo progresismo, para reprobar la autocratización, sin repetir los modos de Estados Unidos, que generalmente recurren a vías punitivas. Se probó con el fracaso de la alianza de Brasil, Colombia y México contra el fraude.
