Las imágenes de inicios de semana de las protestas en Los Ángeles, hacen recordar los levantamientos ocurridos en la misma ciudad a inicios de la década de los noventa, provocados por la absolución de los policías implicados en el caso Rodney King.
Lo lamentable de la situación es que, a más de tres décadas de distancia, si bien los motivos no son los mismos, no dejan de tener un hilo conductor que da muestra de que aparentemente poco ha cambiado en términos raciales al norte de nuestra frontera en más de treinta años. Lo que en su momento se originó por la sistemática brutalidad policial en contra de la población afroamericana, ahora se traduce en detenciones arbitrarias de inmigrantes —con el mismo hedor de racismo hacia “minorías” en ambas circunstancias—.
Ambos sucesos ocurrieron durante administraciones de presidentes republicanos, en donde se aplicaron medidas gubernamentales a partir —meramente— del perfil racial de las personas. Y, al igual que a inicios de los noventa, lo que parecerían hechos aislados, en realidad representan la gota que derramó el vaso de problemas arraigados por años y que, en su momento, no hallaron otra válvula de escape que el caos y la confrontación en el espacio público en contra de autoridades y gobierno.

Transición tersa en la Corte
Sin embargo, en esta ocasión, hay una diferencia relevante. Los hechos suceden bajo la administración de una de las figuras más impresentables de la política mundial, que ha utilizado estos acontecimientos para justificar, defender y promover las acciones que llevaron a que ocurrieran, lo que, en sí mismo ha ocasionado mayor racismo y rechazo entre sus partidarios y las mismas autoridades en contra de la amplísima comunidad inmigrante —con residencia legal o sin ella— que habita en el país vecino.
Y ésta es la situación que más preocupa, pues el mundo ya fue testigo de lo que sus correligionarios son capaces de hacer si su amado líder les da motivos, cuando —ante el rechazo de Trump de la certificación del resultado de la elección que le dio la victoria a Joe Biden— asaltaron el Capitolio a inicios de 2021, un hecho sin precedentes en la historia de ese país.
Por lo pronto, lejos de dar una respuesta mínimamente conciliadora, Donald Trump ha sacado suficiente raja política de los sucesos para confrontarse nuevamente con nuestro tibio gobierno —como si requiriéramos otro frente abierto además de la guerra comercial y el gravamen a las remesas— culpándolo sin justificación de haber provocado las protestas, ha hecho un importante despliegue de Guardia Nacional y Marina para contener cualquier conato similar en la urbe angelina y ha refrendado las acciones de ICE y la política antinmigrante de su administración.
Las redadas se ampliaron y presumiblemente se agravarán, lo que deja la puerta abierta a la persistencia y propagación de reacciones similares a lo ocurrido en Los Ángeles en otras ciudades estadounidenses. A más de tres décadas de distancia del caso Rodney King, qué poco ha cambiado para bien en el autodenominado país de los derechos y las oportunidades.
