Es común escuchar que la resolución de los problemas de inseguridad, que son los que impactan de modo directo en la tranquilidad, sólo se resolverán con la coordinación entre las autoridades y la sociedad, trabajando en las causas que motivan el problema y con acciones concretas en el ámbito policial.
Pero no siempre se actúa en ese sentido, y de ahí que se deba destacar y celebrar la puesta en marcha del Programa Universitario de Cultura de la Paz y Erradicación de la Violencia.
Es un proyecto en el que participarán, también, las secretarías de Educación, Gobernación y Relaciones Exteriores. Es una apuesta ambiciosa, pero la relevancia que le dará la Universidad Nacional es una de las garantías de su seriedad.

Acuerdo para levantar bloqueos
Los ejes estratégicos de “Cultura de Paz: un semillero universitario”, serán, entre otros, los de la formación y docencia; la investigación aplicada y la creación de redes con actores nacionales e internacionales que trabajan en la construcción de una paz duradera.
El rector de la UNAM, Leonardo Lomelí, está convencido de que “la paz debe surgir tanto en las aulas como en los núcleos familiares y comunitarios, fomentarse en toda práctica cotidiana y manifestarse en la palabra que dialoga en lugar de confrontar”.
En ello coincide con el titular de Educación, Mario Delgado, quien enfatizó que desde las escuelas públicas se impulsa el respeto a la dignidad humana, la promoción del diálogo y la búsqueda de acuerdos pacíficos en el aula.
Se suele olvidar, o no se le calibra en su dimensión, las contrariedades que genera la ausencia de empatía, la sospecha, la división e inclusive el miedo en diversas regiones del país, donde la densidad criminal propicia cambios en el propio comportamiento social.
Pensemos en Michoacán o en Zacatecas, donde padecen las consecuencias de un arraigado control territorial de las bandas delincuenciales, o en Sinaloa, donde todos los candados que contenían la violencia saltaron por los aires y dejaron de funcionar cuando el grupo que mantenía el control de los mercados ilegales se dividió, iniciando una espiral de violencia continua.
De ahí que la articulación de esfuerzos sea el camino correcto, e irrenunciable, en la construcción de la paz, aunque sin olvidar, como se hizo en la administración pasada, que se requiere de operaciones concretas para debilitar al crimen organizado.
Después de todo, como señala el rector Lomelí, “la violencia es un comportamiento aprendido culturalmente, y como tal puede desarraigarse. La paz no es su opuesto pasivo, sino parte del mismo proceso: se elige y se practica con conciencia y compromiso.
También exige cambios culturales de gran calado, voluntad política y el involucramiento activo de las instituciones públicas y privadas y de la sociedad civil.”
Es así, como con acciones concretas, la máxima casa de estudios se compromete y colabora a nivel institucional en la edificación de políticas que den resultados y sirvan a la sociedad.

