TEATRO DE SOMBRAS

La trampa mortal de la guerra justa

Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

En conflictos tan terribles como los del Medio Oriente, es evidente que, dadas las cosas como son, sólo hay una manera de que acabe la guerra: cuando uno de los contendientes se rinda de manera incondicional o cuando uno de ellos logre eliminar por completo al otro. El bando perdedor tiene, por lo tanto, dos opciones: o se rinde para preservar la vida, sacrificando todo lo demás, o se aferra a su causa hasta el final, sacrificando la vida. A primera vista, la opción resulta obvia: es preferible vivir como esclavo que morir.

En ese caso, por lo menos, se salva algo: la vida. Sin embargo, a lo largo de la historia de la humanidad la segunda opción ha sido elegida por numerosos individuos y pueblos enteros que han preferido la muerte a la humillación de la derrota.

Cuando en medio de esta decisión de vida o muerte se entromete el concepto de justicia las cosas se complican sobremanera. Lo que la introducción a ese concepto ha generado es que a la dicotomía de la guerra y la paz se la han pegado los adjetivos de “justa” e “injusta”. De esa manera podemos tener las siguientes cuatro combinaciones: guerra justa, guerra injusta, paz justa y paz injusta. Normalmente sólo se habla de las primeras dos opciones, sin embargo, es evidente que, si hay una guerra justa o injusta, debe haber una paz justa o injusta. O, al menos, así me lo parece.

Si se acepta que hay guerras justas, entonces, no se puede ser pacifista. Un pacifista no distingue entre las guerras justas y la injustas, rechaza cualquier forma de la guerra. Por lo mismo el orden jurídico internacional que sostiene que hay guerras justas en las que es correcto participar no es, no puede ser, pacifista. Los países más orgullosos del llamado Occidente se consideran moralmente superiores a los demás porque, según ellos, sólo hacen guerras justas. Sin embargo, cuando uno examina con cuidado los razonamientos que aducen en favor de la justicia de sus guerras, queda claro que la retórica que utilizan es tramposa. Esos países son tan belicistas como cualquier otro, salvo, al mismo tiempo, se dan golpes de pecho.

No debe extrañarnos que la doctrina de la guerra justa se haya desarrollado durante el periodo de la historia europea en la que se pretendió convertir a los demás continentes en colonias. Así, si los habitantes de las tierras de América o Asia o África adoraban a dioses falsos —entiéndase a demonios— los benévolos europeos tenían el derecho a conquistarlos en una guerra justa para salvarlos de la idolatría. O si los habitantes de esas mismas tierras les negaban a los comerciantes europeos el derecho de comprar y vender productos en sus mercados, los ejércitos europeos los invadían para obligarlos a reconocer ese derecho y, de paso, darles una lección sobre cómo funciona la economía global.

El concepto de guerra justa ha servido para justificar todo tipo de atrocidades. Por ejemplo, cuando EU y sus aliados europeos invadieron Irak con el argumento de que ese país se había atrevido a construir armas de destrucción masiva, la maquinaria propagandística la describió como un ejemplo de una guerra justa, limpia, honorable. Las tropas aliadas llegaron a Bagdad, buscaron las pretendidas armas de destrucción masiva y no encontraron nada. ¿Acaso eso hizo de aquella guerra descrita como una cruzada por la paz mundial una guerra injusta? La respuesta de los perpetradores fue que se equivocaron y punto, pero eso no hizo de su guerra algo injusto porque los principios en los que la habían fundado eran impolutos.

Si la guerra se entiende como una manera de hacer justicia, entonces nunca vamos a vivir en paz. La única forma de acabar con las guerras es dejar de justificarlas como actos justos. No hay guerras buenas y malas: todas son malas. La justicia no tiene nada que ver con quitarle la vida a un humano, con mutilarlo, con destruir su casa, con obligarlo a emigrar. El pacifismo es una doctrina sencilla, pero difícil de aceptar porque llevamos miles de años cultivando otras ideas y sentimientos que nos alejan del camino sagrado de la vida.

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