El contraste entre las posiciones de los dos filósofos mexicanos más importantes de la segunda mitad del siglo XX respecto al levantamiento zapatista en Chiapas, no podría ser más extremo. Mientras que Luis Villoro encontró en el movimiento zapatista una alternativa esperanzadora para la política, no sólo en México, sino en el mundo entero, a Leopoldo Zea le pareció un retroceso muy grande en la historia política de México e, incluso, un movimiento sospechoso de aceptar injerencia extranjera con el fin de obstaculizar el progreso político y económico del país.
Una manera de plantear la diferencia entre Zea y Villoro es examinar lo que cada uno de ellos afirmó en torno al tema de la democracia en México en relación con el EZLN. En los años sesenta y setenta, las posiciones políticas de ambos pensadores fueron cercanas. Para ambos, el reto del sistema político mexicano era que se reformara desde dentro para dar paso a un régimen democrático que permitiera la llegada al poder de cierto tipo de socialismo. Zea y Villoro coincidían en que el camino debía ser pacífico y, sobre todo, electoral. Ninguno de los dos apoyó la vía violenta, protagonizada por el Che Guevara. Hasta ahí con las semejanzas, porque si bien Zea permaneció dentro de la esfera del régimen y, sobre todo, del PRI, Villoro se incorporó a las filas de la oposición partidista. Sin embargo, mientras que Villoro luego se desplazó de su defensa de la democracia representativa a la adopción de una democracia comunitaria, como la que propugnaba el EZLN, Zea permaneció fiel al PRI hasta el final, incluso cuando el PRI soltó el poder para dar paso a la alternancia democrática.
Hay un largo artículo de Zea en el que plantea su posición con toda claridad. Se trata de “México en los retos de la globalización”, publicado en la revista Cuadernos Americanos, núm. 70, de 1998.

Mal momento para bloquear
En este importante escrito, Zea defendió la apertura comercial del gobierno de Carlos Salinas y, en particular, el Tratado de Libre Comercio. Según Zea, el TLC marcaba una nueva época en las relaciones económicas entre los países del norte y el sur, en el cual se abrían las puertas para un desarrollo compartido. No obstante, Zea expresa su preocupación de que los enemigos de México le pusieran obstáculos e incluso pretendieran sabotear al TLC. Es en ese contexto en el que Zea explica la irrupción del movimiento zapatista de 1994. Lo que Zea sostiene es que el levantamiento del EZLN fue apoyado por intereses políticos extranjeros (grupos conservadores de Estados Unidos), capitalistas europeos (que ambicionaban el petróleo y el uranio del sureste mexicano), algunos sectores de la oligarquía mexicana (que resultarían perjudicados por el TLC) y por grupos radicales dentro de la Iglesia católica. Sin embargo, Zea da a entender que el presidente Carlos Salinas de Gortari y Manuel Camacho Solís manejaron a su conveniencia el levantamiento. El asunto, según Zea, se pudo haber arreglado muy rápido. No fue así porque el salinismo lo utilizó para sus intereses políticos. Zedillo heredó un problema alimentado artificialmente y sus esfuerzos por solucionarlo fueron boicoteados.
La simpatía de Zea por Zedillo es transparente. Zea ve en Zedillo al hombre que culmina un largo proceso histórico que empieza en 1910, con la lucha de Madero por la democracia. La elección intermedia del 6 de julio de 1997 le parecía a Zea un hito en la historia de México. Gracias a Zedillo, el PRI se había convertido en un partido de oposición dentro del Congreso y, con ello, había permitido que triunfara la democracia anhelada. De esa manera, sostenía Zea, se cumplía con lo que había anunciado Luis Donaldo Colosio en su discurso del 6 de marzo de 1994. El PRI había mostrado una admirable madurez política, pero, sobre todo, declaraba Zea, había sido el pueblo de México el que había mostrado una no menos admirable madurez histórica al entender que la era de la democracia dirigida había cumplido con su ciclo. Sin embargo, Zea señalaba con alarma que algunos demonios se habían soltado con la derrota del PRI en 1997, los mismos demonios que antes se habían enfrentado a Colosio se opondrían al joven presidente Zedillo. La fuerza ciudadana debía proteger el avance democrático y eso significaba ponerse del lado del presidente.

