Nos quejamos de que la violencia cada vez gana más carta blanca en el mundo. ¿Será cierto? ¿Acaso la violencia no ha acompañado a la humanidad desde su comienzo? Lo que se puede responder es que, aunque siempre haya habido violencia, hay periodos de la historia más violentos que otros y que ahora vivimos uno de ellos. Concedamos, entonces, que estamos entrando en un momento de mayor violencia a nivel global.
Usted y yo ¿podemos hacer algo para impedirlo? ¿Qué podríamos hacer para detener las guerras en Ucrania o en Medio Oriente? ¿Manifestarnos? ¿Sirve de algo? Esos conflictos nos quedan muy lejos. Tenemos otros que están a la vuelta de la esquina. ¿Qué hacer para detener la violencia que padecemos en México todos los días? ¡Tantos y tantos asesinatos, robos y extorsiones! Es muy probable que usted y yo hayamos padecido algo de eso en un pasado reciente. La violencia organizada no es la única. Además de ella, padecemos la violencia desorganizada de casi cualquiera con quien nos encontramos en la calle o, peor aún, dentro del hogar, la escuela o el centro de trabajo. Esos gritos, cachetadas e insultos pueden parecer poca cosa, pero no nos libramos de ellos.
¿Cuál es la causa de la violencia? Porque alguna causa debe tener, ¿no es así? Y si la conociéramos quizá podríamos hacer algo, entre todos, para prevenirla.

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A riesgo de parecer poco original, quisiera señalar como uno de los culpables a la cultura de la violencia. Desde pequeñitos, los niños están expuestos a todo tipo de programas y juegos en los que se les entrena para la violencia, peor aún, para disfrutar de ella. Y para que no se queden atrás, a las niñas también se les están ofreciendo modelos a seguir de su propio género: asesinas con facha de modelos y zapatos de tacón que son tan eficientes como cualquier varón a la hora de matar y golpear.
La representación de la violencia provoca un morbo malévolo que nos genera un oscuro deleite. En la célebre película de Stanley Kubrick Naranja mecánica, el personaje principal, un sicópata violento, recibe un tratamiento para convertirse en un hombre pacífico. Una de las terapias a las que es sometido es obligarlo a ver escenas de violencia terrible acompañadas de dolor físico. El supuesto en el que se basaba ese tratamiento era que es posible, por medio de una terapia conductual, vacunar a una persona contra la violencia que había cometido en el pasado. Hoy sabemos que esa terapia no existe, pero, aun si existiera, todo indica que el entrenamiento conductual que recibimos todos los días es exactamente el contrario: el de aceptar la violencia, admirarla, amarla.
Hay algo que usted y yo sí podemos hacer: rechazar con firmeza cualquier producto cultural que sirva de apología de la violencia.

