Renunciar a la defensa de un legado de gobierno es cómodo, pero se puede volver riesgoso.
Es lo que hizo Enrique Peña Nieto, al abdicar, de algún modo, a sus responsabilidades políticas luego del triunfo de Andrés Manuel López Obrador en 2018.
Ya sea que se tratara de un pacto o de una determinación táctica, los resultados están a la vista: no ha sido atacado ni perseguido judicialmente, pero a la vez perdió apoyos que le hubieran significado alguna capacidad de maniobra cuando parece que el panorama cambiará.
Durante los seis meses previos al traspaso del poder, Peña Nieto no se ocupó de hacer los amarres y acuerdos para dejar al PRI en una posición menos incómoda en la que ya estaba.
Tampoco instruyó para que se desplegara una narrativa que visualizara los logros de su sexenio, de lo que se obtuvo dentro del Pacto por México y en acuerdo con dos de las fuerzas partidistas más relevantes cuando él llegó a la Presidencia de la República en diciembre de 2012: el PAN y el PRD.
Vamos, ni el Estado Mayor Presidencial mereció una despedida adecuada a los méritos que tuvo esa institución a lo largo de los años y lo que significó por su profesionalismo.
Sí, el momento de México existió y se reflejó en una batería reformista pocas veces vista en tan poco tiempo.
Pero eso es un pasado que ahora sólo luce por las ruinas que dejó, y que advierten de los profundos daños que se han generado a partir del 2018 y que quizá culminen con la desaparición del INE, al menos como lo conocimos, lo que se reflejará en la imposibilidad de que ocurra una alternancia en el poder político, al menos en el mediano plazo.
Peña Nieto está en el ojo público, pero esta vez no es por asuntos de su vida privada, sino por una historia de presuntos sobornos en la compra de aparatos de espionaje.
En The Market, un medio que se ocupa de asuntos de negocios en Israel, se reveló una disputa entre empresarios que sostienen haber invertido millones de dólares en un alto personaje de la política mexicana, y se dio por hecho que debió ser el propio Peña Nieto quien, por supuesto, negó cualquier implicación en semejante asunto.
La propia trama, lo que se señala y sus alcances, si se analizan con cuidado, mostrarían que es muy poco probable que el expresidente de México esté implicado, y que más bien se trata de una disputa entre empresarios, pero el daño a su imagen también resulta evidente.
Pero lo complejo, para Peña Nieto, es que no cuenta con voces que salgan a defenderlo, porque él mismo se encargó de que su paso por Palacio Nacional se percibiera como irrelevante, para no incomodar a su sucesor y no darle pretextos de actuar en su contra.

