APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

Trump contra Lula

En imagen de archivo, Luiz Inacio Lula da Silva, presidente de Brasil. Foto: larazondemexico

A pesar del profesionalismo de Itamaraty y de lo cuidadoso que siempre ha sido Lula da Silva —recordemos sus buenas relaciones con George W. Bush y Barack Obama—, se ha producido un choque diplomático entre Estados Unidos y Brasil. Se especula y se exagera mucho sobre el diferendo, que algunos quisieran ver como una ruptura definitiva y conveniente, pero su origen parece ser más tangible y, también, coyuntural.

Donald Trump considera a Jair Bolsonaro como uno de sus lugartenientes en América Latina. Las redes de la nueva derecha son más sólidas de lo que muchos quieren creer y, desde el primer mandato de Trump, se han aplicado a lograr que líderes como Bolsonaro, Javier Milei y José Antonio Kast lleguen al poder en Brasil, Argentina y Chile. Ése es el viejo proyecto del fallecido Olavo de Carvalho y del tambaleante Steve Bannon, que Marco Rubio y el Departamento de Estado han hecho suyo.

Esa derecha se toma en serio la impunidad de Bolsonaro, quien, como Trump en Estados Unidos, intentó dar un golpe de Estado en Brasil, para reelegirse e impedir la llegada de Lula al poder. Así como lograron el regreso de Trump a la Casa Blanca, quieren el regreso de Bolsonaro al Palacio de Planalto. El actual proceso judicial contra el derechista brasilero y su posible veredicto de inhabilitación son el mayor estorbo para ese propósito.

El antiliberalismo de esa derecha parte de una reacción contra la globalización financiera y la liberación del comercio mundial, en las últimas décadas, a las que atribuyen, con razón, el ascenso del poder de China y la nueva configuración de una multipolaridad. El diagnóstico de las izquierdas altermundistas, de hace veinte años, erró, el mundo no se hizo más unipolar sino más multipolar en las primeras décadas del siglo XXI, y la nueva derecha lo odia.

Pero esa derecha no sólo es antiliberal, también es anticomunista, con la peculiaridad de que incluye dentro del comunismo a todas las izquierdas. Lula, Petro, Sheinbaum y Boric son comunistas, según Trump y sus seguidores. La homogeneización de las izquierdas es básica para esa corriente, ya que funciona como ardid electoral para atraer el respaldo de las derechas neoliberales o centristas, que no concuerdan con el giro proteccionista de la subida de aranceles.

La vuelta al proteccionismo por medio de gravámenes al comercio global, que parcelen las regiones de integración, incluida América del Norte, es real. De ahí el profundo rechazo del trumpismo a los BRICS, a China, pero también a la Unión Europea. Dicha presión arancelaria es un instrumento, no necesariamente una finalidad, que puede funcionar más como amenaza, dirigida a reforzar el unilateralismo.

Para ese objetivo unilateralista lo ideal sería la impunidad de Bolsonaro y que éste regresara a la presidencia. El sentido coyuntural de la presión, con la mira puesta en las próximas elecciones de 2026, es evidente. Y la coyuntura podría cambiar muy rápidamente si, como todo parece indicar, la popularidad de Lula crece como consecuencia de los ataques de Trump, y el propio trumpismo pierde fuerza en las elecciones legislativas de Estados Unidos el año próximo.

Por lo pronto, este año, veremos al trumpismo alinearse con Milei en Argentina y con Kast en Chile, mientras se mantiene la presión contra Lula. Lo señalábamos a fines del año pasado, en El País, cuando Trump ganó la presidencia. Desde una perspectiva latinoamericana, es, como quiera que se vea, un error pensar que el proteccionismo o el aislacionismo de Trump son preferibles al globalismo de los demócratas.

La respuesta al trumpismo de los gobiernos progresistas latinoamericanos, que pronto se reunirán en Santiago de Chile, si quiere ser más eficaz, regionalmente, debería incluir una mayor firmeza frente al autoritarismo bolivariano. No por la vía de embargos y aislamientos, como sostiene Boric, pero sí de denuncias documentadas de la represión y el despotismo.

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