Suelen generarse enormes expectativas en torno a la delincuencia y los políticos. Claro que hay historias de colusión de intereses, como aquéllas, anidadas desde los años setenta y ochenta, donde los choferes de los gobernadores podían terminar como líderes de los emergentes cárteles de las drogas.
Pero es verdad que es complejo que esto aterrice en responsabilidades concretas, y ello proviene de que el negocio de las drogas requiere de protección de las autoridades, pero ésta se desarrolla, sobre todo, en los niveles policiales municipales y estatales.
Como en ciclos, se activa la idea de que se requiere de políticos en las cárceles para probar que en realidad se combate al crimen organizado.
Esfuerzos se hacen, como la enorme indagatoria que en su momento realizó la PGR en torno al Cártel de Juárez y que culminó con la detención de un gobernador, que se fugó todavía en funciones, el último día de su mandato en Quintana Roo.
Pero el caso de Mario Villanueva Madrid es específico y no generalizado, ya que otros de sus colegas, a lo largo del tiempo, ingresaron en prisión por asuntos relacionados con su presunta corrupción.
La percepción es clave en el tema de la seguridad, ya que al final del día es lo que modula la opinión ciudadana.
Desde hace años se alimentó la idea de que existía una relación directa entre el poder político y los bandidos. El ejemplo más socorrido es el de Genaro García Luna, ya que el exsecretario de Seguridad Pública es, y por mucho, el personaje de mayor relieve detenido y sentenciado en Estados Unidos.
Pero narrativas y prejuicios terminan por convertirse en una especie de nebulosa que no se controla y puede tener comportamientos sorpresivos.
Es, en ese contexto, en el que actúa Donald Trump, amagando y distorsionando, para obtener prebendas.
Lo delicado es que a partir de la catalogación de grupos terroristas en la que incluyeron a los cárteles de las drogas mexicanos, es que el margen de acción de las agencias de seguridad de Estados Unidos aumentó y por ello no requieren de probanzas para actuar contra objetivos específicos.
Es probable que en los próximos meses conozcamos de detenciones de jefes de los clanes de las drogas, aunque no tanto que esto se extienda a políticos, ya que, insisto, eso requeriría de indagatorias más sofisticadas, que no se harán.
Pero dormirse en sus laureles puede ser un grave error, porque desde la Casa Blanca utilizarán el tema en la medida de necesidades puntuales.
Todo el veneno esparcido a lo largo de los últimos años, sin una correlación de detenciones puntuales, dio pie a lo que está ocurriendo ahora. La propaganda sí funcionó, pero en Estados Unidos, y no como se hubiera esperado.
En efecto, en Washington argumentan que todo está podrido, que tienen que hacer algo al respecto, por conveniencia, pero eso no mitiga la gravedad del momento.