Aunque pareciera una eternidad, apenas se cumplieron seis meses de Gobierno del retorno de Donald Trump a la Casa Blanca; tan sólo una octava parte de toda la duración del mandato Trump II. Sin duda, un periodo vertiginoso en el orden mundial, en la política interna de Estados Unidos y en la relación bilateral entre ese país y el nuestro.
En el orden global, tal vez lo más relevante que se ha dado en este periodo es, lamentablemente, cierta relativización institucional en el derecho internacional y en el papel de los organismos multilaterales. Como fue el anuncio (y amenaza) desde la campaña, el tema arancelario ha sido central en la agenda internacional. Con la publicación de “la tablita” en la Casa Blanca, Trump quiso redefinir las reglas del comercio internacional, con efectos que aún están por ponderarse, pero que claramente van en contra de diversos tratados internacionales y acuerdos técnicos que con tanto trabajo lograron consenso en la OMC. También hay que señalar los acuerdos con Europa y la OTAN, en términos de incrementar el gasto en defensa. Desde luego, destaca también la operación militar quirúrgica en Irán, importante para que, al menos en este ciclo, no escalara un frente aún más grave dentro de la compleja situación en Medio Oriente.
En lo interno, es de llamar la atención el importante ciclo de protestas que se han generado en distintas partes de Estados Unidos, derivadas de las políticas de la administración. De forma muy notoria, las que tuvieron epicentro en la ciudad de Los Ángeles, contra las redadas migratorias de hace unas semanas, que generaron un clima aún mayor de polarización política.

Ahora sí, a transparentar concesiones
La relación internacional bilateral más importante que tiene México ha sido, en este periodo, sumamente complicada. Trump es un interlocutor impredecible y complejo, eso se da por descontado; pero lo relevante es la pregunta de si el liderazgo en México ha tenido la habilidad y talento para actuar eficazmente en defensa de los intereses del país. La “cabeza fría” y el discurso del “antiimperialismo” no son suficientes.
Para empezar, en medio año, Trump y Sheinbaum no se han visto cara a cara. Se consigna una decena de llamadas telefónicas entre ellos que se califican de cordiales, pero hasta ahí. Ciertamente, la relación es asimétrica y Trump ha sabido sacar provecho de su posición dominante.
Trump, su gobierno y sus funcionarios traen de encargo a México, y no le van a faltar razones y pretextos para que eso se mantenga. Cuando no son aranceles, son los migrantes; el spot antimexicano pautado en canales nacionales; el tratado internacional de aguas; el gusano barrenador; la renegociación del T-MEC; las visas de los políticos; el incumplimiento en acuerdos de aviación; las comisiones a las remesas; las consignas antiestadounidenses en las marchas contra la gentrificación, y así un largo etcétera de temas.
Pero lo más grave son las durísimas declaraciones directamente contra el Gobierno mexicano, como aquella publicación de la Casa Blanca del 3 de marzo, en el sentido de la “relación intolerable del gobierno con el narco”, o la de Trump del 4 de mayo, relativa al miedo a los cárteles. Y lo que pareciera la punta de un gran iceberg: los juicios por venir a narcotraficantes mexicanos y lo que de ahí se derive. Al tiempo…

