Dan Russek, poeta, filósofo, crítico literario, ensayista y fotógrafo, ha publicado, uno tras otro, dos libros de sonetos. El primero es Dones del día, noventa y seis sonetos de ocasión (México, Bonilla y Artigas, 2024) y el segundo es Nuevos dones del día, ochenta y cinco sonetos (México, El tucán de Virginia, 2025). Quienes piensen que el soneto es una forma poética anticuada, caduca, deberían leer estos dos libros para cambiar de opinión. En ellos, Russek ha vivificado y actualizado al soneto en lengua española.
Russek hace sonetos sobre todo lo que se encuentra entre el cielo y la tierra. La lista es impresionante. Hay sonetos sobre cosas comunes y corrientes como la fotocopiadora, el estornudo, el neoliberalismo, el polvo, el narcotráfico, la Coca-Cola y los tacos al pastor. Junto a ellos hay sonetos sobre temas elevados como la belleza imposible en la forma de una nube, la soledad íntima, la destrucción cósmica, el misterio obstinado, la contingencia feliz y el sentido de la vida. Hay poemas elogiosos o despreciativos dedicados a personajes como Sor Juana Inés de la Cruz, Fernando Botero, Vladimir Putin, Celia Cruz o Irene Vallejo. Nada parece escapar a la poderosa maquinaria poética de Russek, que da la impresión de funcionar como si fuera un motor inagotable. Desde las ideas más modestas hasta las más sublimes entran a esa máquina intangible y salen convertidas en rigurosos sonetos con rima consonante. En los versos de Russek la forma del soneto no es una camisa de fuerza, sino que, por el contrario, se convierte en un cauce abierto de la imaginación, en una ancha avenida para la libertad creativa. Algo que caracteriza a la poesía de Russek es su soltura. Incluso cuando habla de los temas más elevados y más profundos —se nota que el autor es un filósofo— hay una sonrisa que se asoma detrás de cada rima.
Los poemas se dejan leer con deleite en todas sus facetas: a veces son cultos y a veces populares, a veces son elevados y a veces triviales, a veces son graves y a veces ligeros; siempre son inteligentes, siempre son generosos, siempre están envueltos por una fina ironía. Se adivinan en los sonetos de Russek influencias literarias de todo tipo. Él mismo menciona la del Neruda de la Odas elementales, pero se advierten otras más antiguas, como las de Lope de Vega, Quevedo o Sor Juana Inés de la Cruz. La poesía de Russek es una reflexión sobre las maravillas grandes y pequeñas de la creación: desde las galaxias más gigantescas hasta las partículas de polvo más diminutas. En su inventario poético de la realidad, Russek nos invita a que veamos las cosas de otro modo, a que seamos capaces de descubrir los dones que nos regala el universo en cada uno de sus rincones.

Otra raya de impunidad más al Cuau
Algunos poemas capturan aspectos del habla mexicana, de su vocabulario, de sus giros, de su aspecto lúdico, como un soneto en “ch” que se inspira en la canción “Chilanga banda” de Café Tacuba o un soneto soez repleto de simpáticas majaderías. Estos poemas vinculan a Russek con otros escritores mexicanos del pasado como Novo o Huerta. También encuentro alguna coincidencia con el último libro de Bonifaz Nuño, Calacas, en el que el poeta meditó sobre la vida y de la muerte combinando las formas clásicas con un lenguaje vernáculo.
En algunos sonetos, Russek ofrece una poética, una reflexión sobre el arte de la poesía que se mira a sí misma como en un espejo. El autor no sólo poetiza sobre todas las cosas del ancho mundo, sino que, además, lo hace con curiosidad sobre su propia tarea y, por añadidura, sobre la tarea del poeta de todos los tiempos. Son notables sus sonetos sobre la rima, el estribillo, la inutilidad de escribir sonetos, el gusto de escribirlos, los poemas incomprensibles y la palabra que se busca y no se encuentra, entre otros. Esta autorreferencialidad de la poesía de Russek, sin embargo, deja ver un lado metafísicamente inquietante que él mismo atisba: la aspiración de la inteligencia humana de abarcarlo todo —en este caso, de poetizarlo todo en forma de sonetos— se devora a sí misma, como el mítico Uróboro que se muerde la cola.

