¿Cuál es la parte de nuestro cuerpo que revela más sobre nuestra persona? Cualquiera diría que es el rostro. En la faz de un ser humano se reflejan su carácter, sus sentimientos, incluso su inteligencia. La mirada de una persona, su chispa o, en su defecto, su opacidad, nos habla de lo que ella piensa, incluso de lo que piensa acerca de quienes hablamos con ella. Las arrugas que se van dibujando en el rostro nos revelan sus miedos, sus frustraciones, pero también sus alegrías o sus satisfacciones. Quienes tienen el ceño fruncido, por ejemplo, son, por lo general, personas preocupadas.
La cirugía plástica permite modificar las caras de una manera cada vez más asombrosa. Pero no me asombra esa intervención quirúrgica, sino la manera en la que hay personas que saben ocultarse detrás de su rostro. Algunos son capaces, incluso, de moldear sus facciones para engañar a los demás, para construirse una máscara que proyecte una personalidad ficticia. Por lo mismo, podemos decir que, si bien la cara es, por lo general, la mejor ventana de una persona, no siempre lo es, ya que hay múltiples recursos para taparla, disimularla, arreglarla a la conveniencia de las circunstancias.
Hay otra parte de nuestro cuerpo que dice mucho sobre uno mismo: las manos. Una ventaja de las manos sobre los rostros es que las manos son más veraces, más honestas, más directas. Uno sabe mucho de una persona por sólo ver sus manos, por tocarlas, por sentirlas. No en balde el arte de la quiromancia puede resultar, en ocasiones, sorprendentemente acertado. Quienes “leen la mano” no sólo leen las líneas de la palma, sino la mano entera: su tensión, su sudoración, sus ampollas, su palpitación. No hace falta saber leer la mano para detectar, de inmediato, algunas características importantes de una persona cuando nos “da la mano”. El apretón de manos conlleva muchos mensajes: salud, fortaleza, temor, deseo, juventud, vejez, ambición y un largo etcétera. En estos casos se puede intentar realizar un engaño, por supuesto, pero no es fácil lograrlo. La mano no sabe mentir tan bien como el rostro.
A su llegada de España, José Moreno Villa dibujó las manos de algunos mexicanos ilustres, como Alfonso Reyes, José Vasconcelos y Octavio Paz. En esos dibujos, las personalidades de los escritores se dejan ver de manera sorprendente. Moreno Villa no llamó a su ejercicio “quiromancia”, sino “quirosofía”. El concepto me gusta. No se trata de adivinar a la persona por sus manos, sino de conocerla.
Cuando queremos recordar a alguien querido, lo normal es que guardemos una fotografía de su rostro. Sin demérito del arte del retrato, pienso que deberíamos seguir el ejemplo de Moreno Villa y prestar más atención a las manos. Mi recomendación es que tome usted fotografías de las manos de las personas que ama.
