EL ESPEJO

El regreso de Putin, el agresor

Leonardo Núñez González. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Leonardo Núñez González. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

Esta semana se abre una nueva ronda de negociaciones sobre la guerra en Ucrania.

Esta vez, Kiev estará en la mesa. Pero la paradoja es evidente: el agresor que inició la invasión, Vladimir Putin, aparece rehabilitado como un interlocutor indispensable, capaz de imponer condiciones tras más de tres años de destrucción y muerte.

La imagen no puede ser más simbólica. Después de su encuentro con Putin en Alaska, Donald Trump habló de un proceso “productivo” y colocó la responsabilidad de lograr la paz en manos de Volodimir Zelenski: la víctima ahora es responsable de encontentar al agresor. De un plumazo, se pasó de amenazar con sanciones al Kremlin a reconocer y validar del discurso ruso: no se trata de frenar la guerra con un alto al fuego inmediato, sino de atender las “raíces profundas del conflicto”, eufemismo con el que Moscú nombra su ambición territorial y su guerra imperialista de invasión y despojo territorial.

Europa intenta ahora evitar que la paz se convierta en un trampa para Kiev, como sucedió en la ultima reunión en Washington donde el presidente ucraniano fue maltratado por Trump como pocas veces se ha visto frente a las cámaras. Por eso Zelenski no viajará solo a Washington: lo acompañan diversos líderes de la Unión Europea y la OTAN. La foto de conjunto busca mostrar que no se trata de un pacto cocinado entre dos potencias, con Ucrania reducida a firmar lo que otros decidan. Sin embargo, la fragilidad del momento es evidente: Putin ha puesto sobre la mesa que la guerra podría detenerse si Ucrania entrega los territorios del oriente de su país. Trump, según varios asistentes europeos, se mostró receptivo a esa idea.

Aceptar esa “solución” sería devastador. No sólo significaría legitimar la invasión iniciada en 2022, sino también normalizar que un país pueda ser despojado de su territorio soberano simplemente porque el invasor tiene más fuerza militar. En México conocemos bien la importancia de ese principio: desde el siglo XIX hemos defendido en foros internacionales la idea de que las fronteras no pueden cambiarse por la fuerza. Apoyar o ser omiso ante una negociación que consagre lo contrario sería traicionar esa tradición.

Las consecuencias para los ucranianos son desgarradoras. Millones de desplazados, ciudades enteras reducidas a ruinas, decenas de miles de muertos. Bucha, Mariúpol, Jarkov: nombres que se han vuelto sinónimos de sufrimiento y resistencia. Tras semejante sacrificio, verse forzados a entregar una parte de su país para detener la guerra es una humillación que convierte a las víctimas en rehenes del agresor.

Lo que se perfila no es sólo un desenlace para Ucrania, sino un cambio de era en la política internacional.

El multilateralismo y las instituciones que durante décadas marcaron la resolución de conflictos ceden terreno ante un realismo crudo en el que los autócratas negocian directamente entre sí, sin importar la legalidad o los principios. Putin sonríe, Trump se presenta como mediador y otros líderes autoritarios observan con atención: saben que, en este nuevo mundo, la fuerza vuelve a ser la única moneda de cambio. Esta semana veremos cómo se desarrolla la negociación. Para los mexicanos, la lección es clara: no deberíamos aplaudir ningún arreglo que legitime la desposesión de un país libre y soberano. Lo contrario sería aceptar que la ley del más fuerte puede también un día imponerse sobre nosotros.

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