El domingo se celebraron elecciones generales (presidenciales y legislativas) en Bolivia, las cuales captaron los reflectores de la comunidad internacional por los resultados interesantes que arrojaron.
Por primera vez en 20 años, Bolivia dejará de tener un gobierno del MAS (Movimiento al Socialismo) y de las distintas vertientes electorales de respaldo a Evo Morales. Es, desde luego, el dato más relevante de la elección.
El desplome del MAS se explica, entre otras cosas, por la voracidad de poder de Evo y la lucha fratricida con su sucesor y actual presidente, Luis Arce. Con el cambio constitucional que Morales promovió en su favor, se pudo presentar a una tercera elección en 2019, muy cuestionada, lo que terminó en una crisis política de tal magnitud que lo orilló a renunciar. Vendría el interinato de la opositora Jeanine Áñez y la huida al exilio de Evo, quien, como bien se recuerda, encontró en México el cobijo del obradorismo.

Góbers felices en el sorteo
Posteriormente, Áñez fue destituida —todavía purga condena en prisión— y llegó a la presidencia Luis Arce. Morales, tras regresar al país, intentó postularse en estas elecciones, pero una resolución judicial se lo impidió. Además, Evo enfrenta un proceso ante la justicia de su país por trata y abuso sexual, acusaciones que desestima y considera parte de una campaña de desprestigio en contra de sus legítimas aspiraciones, de la cual culpa al aún presidente Arce.
Por su parte, Arce, consciente del desprestigio de los gobiernos del MAS, en un acto de conciencia poco común en la política latinoamericana, declinó buscar su reelección. Descartados los fratricidas, el MAS terminó presentando en las elecciones presidenciales a un candidato subóptimo, Eduardo del Castillo, quien consiguió sólo el 3.1% de los votos (apenas rebasando el umbral legal de permanencia de registro). Para colmo, otra opción naturalmente heredera del MAS se escindió, y Andrónico Rodríguez (8.2%) atomizó aún más el voto de la izquierda. Más catastrófico, imposible. Ya en el delirio, Morales llamó a anular el voto. Del 19% del voto nulo, no queda claro cuánto se debió al llamado de Morales o al hartazgo de la ciudadanía boliviana.
De nueva cuenta, las encuestas fallaron, y de manera catastrófica. Parecía que Samuel Doria Medina encabezaría las preferencias, escoltado muy de cerca por el expresidente Jorge Tuto Quiroga, lo cual implicaba una segunda vuelta entre dos candidatos de derecha. Muy lejos de ellos aparecía el candidato de centroderecha (Partido Demócrata Cristiano) Rodrigo Paz Pereira, hijo del expresidente Jaime Paz Zamora.
Sin embargo, y aparentemente en buena medida gracias a su estupendo desempeño en el debate presidencial previo a los comicios —al que no asistieron los dos candidatos que se creían punteros—, vendría el campanazo de Rodrigo Paz, quien se impuso en la primera vuelta con un 32% frente a Jorge Quiroga (27%) y Samuel Doria Medina (20%).
Así, habrá por primera vez una segunda vuelta electoral presidencial en Bolivia, el 19 de octubre, entre Paz y Quiroga. Dado que Doria Medina anunció que “endosaría” a sus votantes a Paz, el camino de éste a la presidencia luce mejor pavimentado. Pero en las cumbres borrascosas de la política boliviana nada está escrito.
Un curioso apunte final. En las elecciones presidenciales de 1989, el entonces candidato Jaime Paz Zamora quedó en tercer lugar. Pero en aquel entonces la constitución boliviana establecía que, si ningún candidato obtenía la mayoría absoluta de votos, la elección la realizaría el Congreso. Así fue como Paz Zamora —padre del actual candidato ganador— terminó por ser designado presidente. Bronces que la metalurgia política boliviana convierte en oro.

