La foto de los líderes europeos que acompañaron a Zelenski tras el encuentro de Trump con Putin, durante su visita de emergencia a Washington, suscitó diversas interpretaciones.
En la imagen se aprecia a los líderes de las grandes potencias del siglo XIX y XX —Francia, Gran Bretaña, Alemania e Italia— junto con el primer ministro de Finlandia, el presidente de Ucrania y la presidenta de la Comisión Europea, sentados en fila, un tanto subyugados, serios, intentando convencer a Trump de no ceder territorio ni sucumbir ante Putin.
Algunos, sobre todo en la derecha norteamericana y en los medios rusos, interpretaron la foto como una muestra de la debilidad de las potencias europeas. Desde un punto de vista estético parece que tienen razón. Sin embargo, más allá de esa primera impresión, la foto refleja algo más profundo: la unión de los poderes europeos que, frente a una de las mayores amenazas del último siglo —la invasión rusa de Ucrania y el repliegue estadounidense bajo Trump—, han decidido dejar de ser actores pasivos y salir en defensa de su continente.

Importante reconocimiento a la SHCP
La elección de Trump tomó por sorpresa a Europa. Tras cuatro años de la presidencia de Biden, quien lideró la defensa de Ucrania y reafirmó una y otra vez su compromiso con Europa, los líderes europeos tardaron en reaccionar al cambio de rumbo bajo Trump. Desde un inicio quedó claro que Europa no sólo no podía confiar en la participación de Estados Unidos en la defensa de Ucrania, sino tampoco en su compromiso con la seguridad del viejo continente. Con ello se derrumbó un paradigma de casi 70 años, en el que Europa redujo significativamente su gasto militar en favor del gasto social. Para enfrentar la nueva realidad eran necesarios dos pasos difíciles: primero, incrementar de manera significativa el gasto militar y actualizar sus planes de defensa; segundo, dejar de lado los conflictos internos para enfocarse en la seguridad externa.
La llegada de Trump coincidió con un momento de inestabilidad en Europa. El nuevo primer ministro británico, Keir Starmer, apenas iniciaba su mandato y carecía aún de legitimidad para tomar decisiones estratégicas; Macron, debilitado tras perder elecciones intermedias que lo dejaron prácticamente sin gobierno, se acercaba al final de su mandato; y en Alemania todavía no se habían celebrado elecciones. Seis meses después, los nuevos líderes ya se han afianzado en sus cargos. Cada una de las potencias europeas, en parte bajo la presión de Trump, pero sobre todo conscientes de la necesidad de asumir su propia defensa, decidió incrementar de manera significativa su presupuesto militar.
Sin embargo, la oposición de Hungría y otros desacuerdos impidieron a Europa articular una política exterior consistente. Ante ello, los líderes de las principales potencias optaron por dejar de lado la infraestructura institucional de la Unión y construir su propia coordinación directa. El viaje a Washington representa la culminación de ese proceso. Tras la reunión entre Putin y Trump, los líderes europeos abandonaron sus planes individuales y decidieron viajar juntos, acompañando a Zelenski, para enviar un mensaje claro: la negociación no es entre Rusia, Estados Unidos y Ucrania, sino entre Rusia, Estados Unidos y Europa. Un juego de pares.

