TEATRO DE SOMBRAS

El sudamericanismo de La raza cósmica

Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

La raza cósmica forma parte de una tradición intelectual acerca de América del Sur y de sus potencialidades. Lo que se defiende dentro de esta corriente de pensamiento es que Sudamérica es una tierra única en el mundo, destinada a ser el centro neurálgico del futuro de la humanidad. Algunas obras que se pueden incluir dentro de esta tradición intelectual son Argentina y sus grandezas (1910) de Manuel Blasco Ibáñez, varios escritos de José Ortega y Gasset sobre Argentina luego reunidos en su Meditación del pueblo joven (1958), Las meditaciones suramericanas (1933) de Hermann Keyserling y Brasil, país de futuro (1941) de Stefan Zweig.

Hay que tomar en cuenta que el sudamericanismo de Vasconcelos no incluye a todo el subcontinente. Lo que defiende es un ideal sobre la América del Sur que mira hacia el Atlántico, la que incluye a Brasil, Uruguay, Argentina, Paraguay y parte de Bolivia, la otra Sudamérica, la que cruzando la Cordillera de los Andes mira hacia el Pacífico, la que incluye a Chile, Perú, Ecuador y partes de Bolivia y de Colombia queda fuera de ese ideal. La América del Sur que cautiva a Vasconcelos, como a los autores antes citados, es la primera, no la segunda. Lo que entusiasma a Vasconcelos es descubrir que en la América del Sur atlántica se daban las condiciones geográficas, raciales, culturales y espirituales para construir una alternativa a Estados Unidos, que incluso lo superara. Eso no lo había encontrado él en México, Perú, Colombia o Cuba. En esos países la geografía, la mezcla racial y la organización social no permitían construir esa alternativa. Lo único con lo que contaba a su favor era con la forja de la cultura hispana y del catolicismo, pero eso no bastaba para superar a Estados Unidos.

No puede dejar de mencionarse que la propuesta de Vasconcelos no sólo excluye a los demás latinoamericanos, sino que además se funda sobre una exclusión previa. Esos territorios inmensos que Vasconcelos veía como tierras de oportunidad tenían o habían tenido muy poco tiempo antes como sus dueños originales a poblaciones indígenas que habían sido exterminadas, expulsadas o sometidas por las repúblicas criollas sudamericanas. De esa manera, la condición de posibilidad de la nueva civilización de la raza cósmica se plantaba sobre la destrucción previa de la raza indígena y de la apropiación de sus tierras. Vasconcelos elogia a los bandeirantes paulistas y los pinta como pacíficos colonizadores, pero omite que mataban y esclavizaban a los guaraníes y a otros pueblos de la zona. Por ignorancia o por sesgo, su visión histórica de la región estaba profundamente equivocada.

Por lo anterior, La raza cósmica no forma parte de una tradición de pensamiento sobre México. Esto lo vio con claridad Emilio Uranga cuando en 1951 afirmó que para los jóvenes filósofos mexicanos —se refería, por supuesto, a los integrantes del Grupo Hiperión—, Vasconcelos les parecía más un filósofo sudamericano que uno mexicano. La afirmación de Uranga es demasiada drástica, una típica boutade del filósofo, pero, por lo que toca a La raza cósmica lleva algo de verdad. El libro no tiene ni un ápice de filosofía de lo mexicano, de reflexión sobre la historia y la cultura mexicana, sobre las características del mestizaje mexicano. Que el autor de La raza cósmica sea un mexicano es un dato irrelevante porque se trata de una obra que forma parte de una larga serie de reflexiones sobre la historia y el destino de la América del Sur.

Dicho lo anterior, es una lástima que en La raza cósmica no se haya incluido el texto del discurso que dio Vasconcelos en Río de Janeiro durante la ceremonia de entrega de la estatua de Cuauhtémoc, que llevó la delegación mexicana como regalo a Brasil. En esa notable pieza de oratoria, Vasconcelos pinta a Cuauhtémoc como un símbolo de la lucha en contra del colonialismo moral, intelectual y espiritual, padecido por los latinoamericanos de su tiempo. Vasconcelos se percató de que tenía que hacer esas aclaraciones porque no todos entendían por qué México había regalado a Brasil la estatua de un indio. En ese discurso encontramos quizá la reflexión más generosa sobre México que hizo el filósofo en Sudamérica.

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Javier Solórzano Zinser. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón