Inicia un periodo crucial para el futuro de la democracia estadounidense. El clima de tensión escala y el presidente da muestras de su intención de hacerse con el control de todas las ramas del gobierno. En este escenario, la acción de los legisladores y de la Suprema Corte, ambos en manos republicanas, podrían definir el rumbo y destino de la que fuera la democracia más estable del planeta.
Trump ha gobernado con base en decretos presidenciales abusando de sus poderes al declarar emergencias nacionales y asuntos relativos a la seguridad nacional a diestra y siniestra. De esta forma ha podido hacer y deshacer a su gusto. Desde la imposición de aranceles hasta la criminalización de la inmigración, se ha excusado para no dar explicaciones e imponer su voluntad.
Ahora, en un paso más en torno a su deriva autoritaria, ha desplegado a la Guardia Nacional en la capital del país y amenaza con hacerlo justo en las principales ciudades opositoras. Chicago, Baltimore, Los Angeles, ciudades en las que pretende irrumpir desplegando las fuerzas armadas federales para golpear a la oposición e imponer su voluntad.

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En las cámaras y en los tribunales están ya en movimiento iniciativas y protestas contra estas medidas e iniciativas de ley que recortan los gastos públicos al tiempo que reducen los impuestos a las élites. La ley presupuestaria, que ha generado mucha inquietud entre los ciudadanos, yace también ante los legisladores que tendrán que aprobarla o iniciar una cruenta batalla que podría terminar en el cierre y suspensión de pagos del gobierno.
Algunas voces de protesta se han levantado tímidamente en algún tribunal y desde alguna curul republicana, pidiendo moderación y suspendiendo iniciativas. Sin embargo, parece que la crítica y la conciencia republicana murió con John McCain, el último gran nombre que se le opuso frontalmente a Trump por las formas autoritarias con las que pretendía gobernar. La forma es fondo y McCain lo sabía. Por más que pudiera estar de acuerdo en el fondo de muchas cuestiones, la democracia tiene procesos que han de respetarse si queremos que perdure y que no devenga en autoritarismo disfrazado.
Tal vez McCain era más sensible a estas delicadezas éticas porque le tocó luchar en el frente y sufrir el autoritarismo en su propia piel. Tal vez él tenía por esto una sensibilidad ante de lo que los líderes aparentemente democráticos podían provocarle a la dignidad de las personas y los derechos humanos si perdían el respeto a los procesos y a los contrapesos en el poder. Tal vez McCain era un político que se llevó consigo los últimos reductos de la verdadera democracia estadounidense.
La democracia muere cuando la imposición elimina la negociación.

