En todas las sociedades humanas existe algo equivalente al concepto de “traición a la patria”. Lo hay en las naciones modernas, que lo tipifican como un delito gravísimo que merece la pena capital. Pero también se le encuentra en las leyes y costumbres de todos los pueblos e, incluso, todas las comunidades, por pequeñas que sean. Quizá podríamos remontar su origen al principio no escrito de que un hermano no debe traicionar jamás a su otro hermano, no debe ponerse del lado de sus enemigos, no debe debilitar su posición frente a ellos.
Quien comete alta traición se excluye a sí mismo de la comunidad en la que nació, que lo ha cobijado, que le ha dado las condiciones para convertirse en la persona que es. Vista así, la traición es como un autoexilio que deja a quien la comete en la más terrible soledad.
El traidor rompe con todos sus lazos. ¿Por qué lo hace? A veces por la ambición más burda, por un puñado de monedas o por la promesa de algún beneficio. Otras veces, por el odio más vil, por la maldición de Caín. Otras veces por un sentido desviado de la justicia, que considera que los enemigos extranjeros son los únicos que pueden castigar a quienes han hecho un mal.

Otra raya de impunidad más al Cuau
México ha sido una nación de traidores. Los ha habido de todos los tipos. Algunos han traicionado a la patria con la excusa de que la aman demasiado, de que quieren su bien, de que desean resolver sus problemas.
En el siglo XIX, un grupo de mexicanos notables le rogaron a Napoleón III que invadiera México para poner orden, traer la paz e impulsar el desarrollo del país. Luego, fueron a ofrecer una corona de juguete a Maximiliano de Habsburgo para que gobernara un país en caos permanente porque sus habitantes eran incapaces de gobernarse a sí mismos. Las tropas francesas llegaron a México y mataron a miles de mexicanos que se les opusieron. Maximiliano se alojó en el Castillo de Chapultepec y desde ahí dictó leyes que castigaban con la pena de muerte a quienes se resistieran a su dominio. El fin de la historia todos la conocemos. Los franceses se fueron y a Maximiliano lo fusilaron en el Cerro de las Campanas. No faltan quienes piensan que ésa fue la última oportunidad que tuvo México para salir adelante, para corregir sus problemas, para purgar sus males.
Lo que llama la atención es que hoy en día hay quienes piensen que la salvación de México todavía puede lograrse si en vez de soldados franceses vienen soldados estadounidenses a resolver nuestros problemas. Quienes afirman lo anterior dicen que aman a México y que lo único que desean es su bien. Puede que así sea, pero ¿qué es lo que no acaban de entender?

