El progreso económico es la capacidad para producir más, y mejores, bienes y servicios, para más gente. ¿De qué depende esa capacidad? De las inversiones directas que se destinan a producir satisfactores, a crear empleos, a generar ingresos, condiciones del bienestar. ¿De quién depende? De los empresarios, quienes invierten directamente, siendo la causa eficiente de ese progreso.
La afirmación “El empresario es un benefactor de la humanidad” puede sonar exagerada. No lo es. Comencemos por los pies. ¿A quién le debemos los zapatos que traemos puestos? A los empresarios que los producen y ofrecen. Terminemos por la cabeza. ¿A quién le debemos los anteojos que traemos puestos? A los empresarios que producen y ofrecen, desde armazones, hasta cristales debidamente graduados. Si los empresarios producen y ofrecen bienes y servicios, con los que satisfacemos nuestras necesidades, nos benefician.
Alguien podrá decir que podríamos considerarlos benefactores si, y solo si, nos regalaran desde los zapatos hasta los anteojos, pero por todo lo que ofrecen cobran un precio. Este punto ya no lo discuto. Me queda claro que, si quiero seguir consumiendo desde zapatos hasta anteojos, tengo que pagarle, a quienes los producen y ofrecen, un precio que, por lo menos, les permita recuperar el costo de producción, realidad económica ineludible. Producir cuesta, y dado que la mayoría de los bienes y servicios que consumimos deben producirse, vivir cuesta. Primera lección de economía (olvidada muchas veces).
¿Cuál es la mejor muestra de que, lo que lo empresarios hacen, producir y ofrecer satisfactores, nos beneficia? El que estamos dispuestos a pagar un precio por esos bienes y servicios.
Para tener clara la importancia de los empresarios, preguntémonos qué pasaría si uno de estos días amaneciéramos sin ellos. Y al hablar de empresarios no me refiero, únicamente, a los grandotes. Me refiero a todos los que son dueños de un negocio, por ejemplo: la papelería, la tlapalería, la heladería, la panadería, la pastelería, la pollería, la carnicería, la verdulería, la vulcanizadora, la peluquería, el salón de belleza, la taquería, la tortería, el taller mecánico, la farmacia, la miscelánea, la cantina, la fonda, el laboratorio de análisis clínicos, la florería, el puesto de tamales, la sastrería, la veterinaria, etc.
(Según los resultados de los Censos Económicos 2024, del INEGI, el 95.4% de las empresas son microempresas, desde la papelería hasta la veterinaria, que emplean hasta 10 personas y aportan el 41.4% de los puestos de trabajo).
Si mañana amaneciéramos sin los empresarios todos esos negocios, y muchos más, amanecerían cerrados. Si así fuera, ¿qué pasaría con nuestra disposición de bienes y servicios? ¿Quedaría igual? ¿Aumentaría? ¿Disminuiría? Disminuiría considerablemente y con ella nuestro bienestar, que depende la cantidad, la calidad y la variedad de los bienes y servicios de los que disponemos para la satisfacción de nuestras necesidades, que producen y ofrecen los empresarios.
Los empresarios son benefactores de la humanidad, agentes económicos que, produciendo y ofreciendo bienes y servicios, les hacen, en su calidad de consumidores, el bien a los demás.
Continuará.