Hace más de veinte años el historiador Luis Fernando Granados publicó un estudio sobre la resistencia de los habitantes de la Ciudad de México a la intervención estadounidense de 1847. El libro, titulado Sueñan las piedras (2003), ha sido rescatado por Grano de Sal, editorial que dirige con buen tino el experimentado editor Tomás Granados Salinas.
El estudio de Granados definía como “levantamiento”, “sublevación” o “revuelta” aquella resistencia popular. El análisis se abastecía del enfoque teórico marxista sobre las rebeliones populares o los “rebeldes primitivos” (Eric Hobsbawm, E. P. Thompson, George Rudé…) y tomaba muy en cuenta un estudio previo de Gilberto López y Rivas, justamente titulado La guerra del 47 y la resistencia popular (1982).
En el preámbulo historiográfico, Granados echaba en falta una interpretación de aquellos eventos de septiembre del 47, en la Ciudad de México, en clave de revuelta popular espontánea. Sin embargo, desde el temprano libro colectivo, Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos (1848), en el que intervinieron Manuel Payno, Ignacio Ramírez y Guillermo Prieto, entre otros, se sostenía que, luego de los primeros disparos en el callejón de López, el coronel Carbajal se vio rebasado en sus funciones y la multitud, con palos y piedras, hostilizó a los ocupantes.
La idea de que, muy pronto, la resistencia popular desbordó la línea de mando de Antonio López de Santa Anna, quien salió de la capital rumbo a Querétaro el 14 de septiembre, y adoptó una lógica más espontánea y horizontal, que en vano trataron de controlar el coronel Carbajal y los pocos oficiales que quedaron al mando, estaba presente desde aquellos primeros esbozos historiográficos del siglo XIX.
El verdadero aporte del estudio de Granados no fue ése, ni siquiera la aplicación del enfoque marxista, sino un ejercicio de historia social desde abajo que, con una prosa apasionada y, por momentos, lírica, recreó el mapa de la resistencia urbana, barrio por barrio. Su foco de atención no estaba puesto en Churubusco, Chapultepec, La Ciudadela, San Cosme o Belén, sitios donde se enfrentaron los dos ejércitos regulares, sino en los barrios pobres de la capital, donde tendría lugar aquella confrontación irregular, calle por calle, puerta por puerta.
El libro de Granados se estructuró como una pieza de teatro o una novela. Sus capítulos llevaban por títulos “Diana”, “Vísperas”, “Noche”, “Diluvio”, “Equilibrio”, “Restos”, “Las piedras, los pobres”. Sus fuentes provenían, fundamentalmente, de la Universidad de Texas, en Austin, pero también del Archivo Histórico del Distrito Federal, donde pudo hacerse de mapas de los principales barrios de la ciudad. Esa dimensión espacial fue decisiva para hacer de la ciudad el personaje central de su historia.
Un personaje central que se presentaba en el libro como un sujeto colectivo y que a veces adoptaba la identidad de uno u otro apellido: Esquivel, el que lanzó el primer tiro, Flores, el que fue azotado 25 veces, durante una semana, como un esclavo, en el medio del Zócalo. La represión estadounidense era reconstruida con lujo de detalles, aunque con no menos precisión que la de la propia reyerta de los palos y las piedras.
La ciudad y sus adoquines adquiere una resonancia plástica. El historiador, literalmente, habla con las piedras de la urbe, que han quedado como testigos silenciosos de aquella resistencia de un pueblo invadido por un ejército extranjero y abandonado por un ejército nacional. Al final del libro, las preguntas de Granados a las piedras de la ciudad se vuelven insistentes y angustiosas.
El historiador reconoce que no puede documentar que los rebeldes desafiaran a dos oligarquías, la estadounidense y la mexicana. Sólo puede acreditar que fue el ejército gringo el blanco principal de la resistencia. Ese cierre dubitativo dota al ensayo de una rara honestidad.