Hay que saber ganar y saber perder. La frase es repetida hasta el cansancio. Sin embargo, no siempre nos queda claro cuál es su significado. Desde un punto de vista moral, saber ganar y saber perder supone tener las actitudes correctas ante el perdedor y el vencedor. El vencedor debe ser generoso con el perdedor, y el perdedor debe reconocer su derrota frente al justo vencedor. Algo así es lo que sostiene la moral deportiva, que pone a la competencia por encima del resultado y espera que los jugadores se den la mano. No obstante, ni siquiera en los juegos olímpicos esta moral es la regla. Es difícil que el ganador no desprecie al perdedor y que el perdedor no le guarde resentimiento al ganador. Muchas veces, incluso, la competencia está teñida de odio. Esa oscura emoción es la que impulsa a los contendientes a buscar el triunfo.

Desde un punto de vista psicológico, saber ganar consiste en no dejar que el ego se infle por la victoria, en mantener los pies sobre la tierra. Saber perder, por el contrario, consiste en no dejar que el ego se derrumbe después de la derrota, en aprender a levantarse una y otra vez después de las caídas. Siempre he pensado que es más fácil saber ganar, en ese sentido, que saber perder. Cuando se gana una competencia lo que a veces sucede es que nuestro ego queda intacto, no se crece, pero lo más importante es que no se desinfla, no queda herido. Lo que es muy difícil, casi inhumano, diríase, es que el ego quede intacto después de una derrota dolorosa. Saber perder, en ese sentido, es algo que sólo puede lograr quien de antemano tiene un ego muy sólido, muy bien apuntalado.
No son éstas las únicas maneras de entender las frases de saber ganar y de saber perder. También hay otro sentido que podríamos llamar práctico o estratégico, que consiste en saber qué hacer para ganar en una circunstancia y saber cuándo debemos aceptar la derrota en otra circunstancia.

Importante reconocimiento a la SHCP
Pensemos, por ejemplo, en una partida de ajedrez. Quien sabe ganar, sabe qué movimientos realizar para derrotar a su oponente. Quien sabe perder, sabe discernir en qué momento ha perdido la partida y es preferible rendirse para no prolongar la agonía.
Este último sentido práctico o estratégico es fundamental en una guerra. Por ejemplo, en la Primera Guerra Mundial los alemanes no supieron ganar, pero sí supieron perder, se rindieron cuando se dieron cuenta de que ya no había probabilidades de prevalecer. En la Segunda Guerra Mundial los alemanes tampoco supieron ganar, pero en esa ocasión, no supieron perder, lucharon hasta el final de manera absurda, suicida. La sangrienta batalla de Berlín, en la que hubo cientos de miles de víctimas, se pudo haber evitado si los alemanes se hubieran rendido a los rusos dos meses antes.
En la guerra y, en general, en todas nuestras batallas, cualquiera que sea su tipo, hay que saber cuándo rendirse. Sin embargo, hay una norma enloquecida que sostiene que hemos de luchar hasta el final, hasta la muerte incluso, hasta que no quede nada en pie. Quien defiende esa norma no sabe perder y, por lo mismo, es un insensato. Sin embargo, la regla absurda de que es preferible morir antes que rendirse se puede encontrar en todas las culturas y en todos los tiempos. ¿Cuál es su origen? ¿Cuál es su fundamento? ¿Cuál es su siniestro atractivo?
Me parece que, a veces, la culpa no sólo la tiene quien va perdiendo, sino también quien va ganando. Una manera de saber ganar es ayudar al oponente a saber perder y eso significa, entre otras cosas, ayudarlo a saber cuándo rendirse. Destruir por completo al enemigo, sin esperar a que antes se rinda, sin darle la oportunidad de hacerlo, no siempre es el mejor desenlace de la victoria, es más, a veces la deja con un amargo sabor a derrota. Como sostuvo Hegel, la soledad existencial del vencedor en una lucha que acaba con la muerte del oponente, le resta cierto sentido a su victoria. Quizá por eso mismo, la venganza más terrible del perdedor es condenar a su vencedor a esa paradójica situación.

