El desafío que enfrenta el Estado mexicano es mayúsculo. El escándalo diplomático que ahora vive México con Colombia por los asesinatos de los músicos Byron Sánchez B-King y Jorge Herrera DJ Regio Clown vistos con vida por última vez en la Ciudad de México el 16 de septiembre y hallados sus cuerpos ayer en Cocotitlán, Estado de México, es una caja de resonancia continental que pone foco en la violencia e impunidad que azota a este país.
Para el presidente colombiano Gustavo Petro representa también una oportunidad para construir una narrativa grandilocuente. Habla del homicidio de la juventud de esa nación hermana, de la guerra estúpida militar y prohibicionista que ha encuadrado la lucha de la región en contra del tráfico de drogas desde hace décadas, sin éxito en disminuir el consumo y, por tanto el mercado, y en cambio, incrementa el modelo de negocio que infesta las instituciones de cada Estado.
Una primera hipótesis del ministerio público es que a los músicos colombianos los torturó, mató y desmembró el cártel de La Familia Michoacana. Mensajes entre bandas, disputas y reclamos territoriales que nos regresan a dinámicas de cuerpos colgados en puentes, cabezas arrojadas junto con cartulinas promocionales del terror.
Como sea, a B-King y DJ Regio Clown los asesinó la misma certeza que mata y mutila a connacionales todas las semanas, meses y años desde hace, al menos dos décadas, la muy alta probabilidad que se traduce en certeza de no tener que enfrentar consecuencia legal por bañar con sangre caminos y zonas de mercado o trasiego.
Las disputas por territorios tienen como único inhibidor real caer en las manos del consorcio criminal rival, caso en el que se asume el fin de su vida a cambio de años boyantes en el sentido que la cultura narca nos ha enseñado. Las drogas matan sí, sus mercaderes, más. La violencia construida en México, Colombia bajo los auspicios de políticas trasnacionales, sólo puede mirarse con criterios de empresa meta legal tolerada por su reparto de dividendos.
De las domésticas muertes anónimas e igualmente atroces queda la estadística. Queda un mal análisis de política pública transexenal abatido por la demagogia y la soberbia del poderoso en turno. Si Vicente Fox fue un testigo pasivo de cómo los cárteles nacidos a principios de los años 70 se conformaban en enjambres de poder armado y económico; si Felipe Calderón pateó el avispero en aras de una legitimidad extraviada en las urnas; si Enrique Peña Nieto optó por echar la podredumbre debajo del tapete mediático a ver si así había menos polvo, y si AMLO predicó como párroco para que todos se portaran bien, hoy cosechamos la consecuencia de la corrupción y la improvisación.
Ahora hay escándalo diplomático, el volumen sube. El desafío permanece exactamente igual, ganar la potestad de hacer valer leyes y derechos del resto, turistas o nacionales por igual.