EL ESPEJO

America first, la ONU al final

Leonardo Núñez González. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Leonardo Núñez González. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

La ONU nació como consecuencia de nacionalismos que se salieron de control y terminaron en dos guerras mundiales. Ochenta años después, es víctima de su regreso.

Lo que debía ser una conmemoración en el 80º periodo de sesiones de la Asamblea General, terminó convertido en escenario de un choque entre la visión globalista que inspiró a la organización y la ola populista que hoy tiene un claro embajador en Donald Trump.

El presidente de Estados Unidos habló casi una hora contra el sistema multilateral, contra los países miembros y hasta contra los ambientalistas. Llegó a preguntar, con sorna, cuál es el propósito mismo de las Naciones Unidas, pues todos los países se estaban yendo al infierno.

Sin embargo, unas horas más tarde, frente al secretario general António Guterres, aseguró que Washington respalda a la institución “al cien por ciento”. El vaivén no es un accidente: es parte del estilo trumpista que combina la descalificación pública con la negociación privada.

Pero más allá de la anécdota sobre las frases incendiarias de Trump, así como los discursos de otros mandatarios, lo que quedó al descubierto fue la debilidad de un sistema que carga con defectos de origen. El derecho de veto en el Consejo de Seguridad ha convertido a la ONU en un gigante paralizado: no pudo detener la invasión rusa en Ucrania, ni frenar la devastación en Gaza. Ocho décadas después, la organización sigue atrapada en una lógica diseñada para un mundo dividido en dos bloques, incapaz de responder a los conflictos del presente.

Estados Unidos, que fue motor y sostén de la ONU, ha usado esa parálisis como excusa para tomar distancia. En los últimos meses se ha retirado de organismos clave como la UNESCO, la OMS o el Consejo de Derechos Humanos. Y con la nueva estrategia oficial de “America First”, publicada este mes por el Departamento de Estado, quedó claro que cada participación internacional será sometida a un filtro: si sirve o no al interés estadounidense. Es un giro que debilita al multilateralismo, pero que también refleja la tendencia más amplia de un mundo en el que cada país parece girar sobre sí mismo.

Porque Trump no está solo. Su nacionalismo forma parte de un clima político global en el que líderes populistas, de izquierda y de derecha, han hecho del repliegue una bandera. La cooperación internacional, concebida en 1945 como una apuesta para tratar de lidiar con los excesos del siglo XX, se erosiona mientras las potencias apuestan por discursos de autosuficiencia y justificación de violaciones al derecho internacional en nombre del interés nacional.

El resultado es una organización que, cuando más se le necesita, luce irrelevante. Las guerras no se detienen, las violaciones a los derechos humanos se multiplican y las grandes potencias bloquean cualquier acción conjunta. En contraste, en los terrenos donde sí hubo avances —como los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la lucha contra la pobreza o el combate al cambio climático— el retroceso es alarmante. Lo que funcionaba está siendo desmantelado. El 80 aniversario de la ONU pudo haber sido un recordatorio de que la cooperación internacional es indispensable. En cambio, dejó la amarga sensación de estar celebrando a un actor de reparto que asiste a las ceremonias, pero no tiene ninguna capacidad para definir el guion.

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