En la reunión número 80 de la Asamblea General de la ONU, en Nueva York, el presidente provisional de Haití, Laurent Saint-Cyr, propuso una analogía insólita. Dijo Saint-Cyr que Haití era un “Guernica contemporáneo”, un “país en guerra”, en el que las pandillas se enfrentan entre sí y con la policía, a tiros, mientras el ejército trata infructuosamente de neutralizar a las organizaciones criminales con drones.
A veces, las operaciones militares contra los pandilleros, como la emprendida recientemente en el barrio Simon Pelé, de Puerto Príncipe, contra Djouma (Albert Stevenson), jefe de una de las más peligrosas bandas urbanas, terminan con decenas de niños muertos. En la última racha de confrontación criminal en la capital haitiana han perdido la vida unos 300 pandilleros y más de treinta civiles.
La acumulación de víctimas de la población civil, en esa ola incontenible de violencia, ha creado una permanente crisis humanitaria que actores internacionales y regionales consideran, cada vez con mayor naturalidad, como irresoluble. Lo más terrible de dicha crisis es que el propio gobierno se reconoce incapaz de enfrentarla por sí solo y apela desesperadamente al auxilio de la comunidad internacional.
La analogía con Guernica que propuso Saint-Cyr en la ONU hace parte de esa persuasión. El famoso pueblo vasco fue bombardeado en abril de 1937 por la aviación nazi alemana y la fascista italiana, como parte de una acción conjunta a favor del franquismo antirrepublicano. El bombardeo de Guernica internacionalizó aún más la Guerra Civil española e impulsó la solidaridad del antifascismo occidental con la República española.
El paralelo de Saint-Cyr pasa por alto, deliberadamente, que la crisis humanitaria de Haití no ha sido creada por una acción militar extranjera. La violencia que corroe la nación caribeña es endémica, según la mayoría de los organismos internacionales. La incapacidad para contrarrestarla desde el ámbito doméstico es reveladora del rebasamiento del Estado que reconocen las propias autoridades locales.
Generalmente, en América Latina, los gobiernos reaccionan airadamente contra el calificativo de “Estado fallido”. Lo más descorazonador del caso haitiano es que en ese país caribeño son el propio gobierno y su policía los que admiten ese rebasamiento y reclaman auxilio internacional. El discurso de Saint-Cyr en la ONU fue un llamado directo a la Misión Multinacional para la Seguridad de Haití, liderada por Kenia y autorizada por el Consejo de Seguridad, para que refuerce su presencia en la isla.
La exigencia de solidaridad internacional de parte de Haití también se dirige a Francia, en el año en que se cumple el bicentenario de la deuda impuesta por la exmetrópoli a la excolonia, a cambio del reconocimiento de su independencia. No hay salida a la vista para la catástrofe haitiana, pero si la hubiera, es casi seguro que reforzará la estructura dependiente de la nación caribeña.