TEATRO DE SOMBRAS

Obligaciones y responsabilidades

Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

Vivimos agobiados por obligaciones de todo tipo. Algunas de ellas son razonables y correctas, otras, en cambio, son irrazonables e incorrectas. De cualquier manera, las obligaciones, incluso las buenas, con frecuencia se viven como una condena. Hay personas que cargan con demasiadas de ellas. Se las ve jorobadas por el peso simbólico que llevan sobre la espalda. Arrastran los pies, están siempre cansadas. Es injusto imponer un exceso de obligaciones a un ser humano. Por lo mismo, se puede decir que cuando alguien se deshace de sus obligaciones, sobre todo de las irrazonables y las incorrectas, alcanza su libertad.

No siempre puede uno liberarse de una obligación, porque el poder o la ley o la moral nos la imponen. Quien no cumple con su obligación recibe un castigo por parte de la autoridad, el tribunal o la sociedad. Sin embargo, hay obligaciones de las que no nos debemos emancipar —más allá de quién nos la imponga o qué castigo sea el que recibiríamos por incumplirlas— porque si lo hiciéramos cometeríamos una injusticia o haríamos un mal. En ese caso, quien se evadiera de su obligación merecerá un castigo. Por ejemplo, el empresario codicioso que no cumple con su obligación de pagar impuestos merece recibir una pena contemplada por la ley. Pero, como ya vimos, no todas las obligaciones son justas o buenas. También hay impuestos injustos y, por lo mismo, se justifica no pagarlos. La independencia de Estados Unidos comenzó con un movimiento popular en contra de un gravamen que se consideraba abusivo. Al liberarse de ese tributo, los estadounidenses se liberaron de la opresión británica y lograron su independencia.

Hay que distinguir entre las obligaciones y las responsabilidades.

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Asumir una responsabilidad no es lo mismo que dejar de resistirse a cumplir con una obligación. Una responsabilidad es una tarea asumida de manera voluntaria y, sobre todo, de manera consciente. Un autómata o un animal que cumple sin chistar con una tarea asignada no es responsable en este sentido. Quien asume una responsabilidad tiene una respuesta positiva a la pregunta de: ¿por qué haces eso? Una respuesta negativa a la pregunta sería algo así como: “hago esto porque no me queda de otra” o “hago esto porque si dejo de hacerlo me castigan”. Una respuesta positiva, en cambio, es de la forma: “lo hago porque estoy convencido de que es lo mejor” o “lo hago porque creo que sus resultados son buenos”.

Adoptar una obligación como si fuera una responsabilidad es una manera de liberarse de la obligación, porque ya no se nos impone desde fuera, sino que se decide desde nuestro interior, ya sea desde de la conciencia o desde el corazón o, en el mejor de los casos, desde el fondo de los dos de una manera armónica. Este proceso que nos lleva de la obligación a la responsabilidad forma parte de lo que podemos llamar la madurez. Una persona hecha y derecha es una persona que sabe cuáles son sus responsabilidades y vive de acuerdo con ellas. Aunque la responsabilidad sea una carga pesada o incluso dolorosa, ya no se siente como una condena sino como uno más de los episodios que forman parte de una vida humana fundada en el valor y en el sentido. Uno se puede quejar de las obligaciones, pero de las responsabilidades uno no se debe quejar porque ello resulta inmaduro, vergonzoso.

Uno puede asumir una obligación impuesta como una responsabilidad, pero, en otras ocasiones, uno puede hacerse responsable de algo que no es una obligación propia. En estos casos, que a veces nos dejan perplejos, la persona adopta una responsabilidad que nadie le exigió, es más, que nadie le pidió, y la asume con la misma fuerza, con la misma convicción, de un deber propio. La responsabilidad, en este caso, puede describirse como un deber gratuito del amor, de la simpatía, de la compasión. Ese deber del corazón es, aunque suene paradójico, un deber libre, es más, libérrimo. Su cumplimiento es algo admirable, incluso sublime. Los seres humanos son los únicos que pueden transformar sus obligaciones en responsabilidades, pero, sobre todo, son los únicos seres que son capaces de asumir una responsabilidad que nadie esperaba de ellos.

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