La marcha en la Ciudad de México, en conmemoración del 57 aniversario de la matanza de estudiantes en Tlatelolco del 2 de octubre de 1968 fue la más violenta de los últimos tiempos.
Es indiscutible la importancia que tiene, a prácticamente seis décadas de distancia, que las nuevas generaciones —que no vivieron aquellos sucesos que cimbraron la vida política del país— tengan ejercicios de memoria activa, para que exista una consciencia de los gravísimos crímenes de Estado que se cometieron entonces. No es menor poner en contexto que fue el Ejército el que realizó la matanza contra población civil inerme. Es crucial que exista una conciencia social sobre cuán condenable resulta que las Fuerzas Armadas ataquen a la población civil.
Sin embargo, de manera natural, al paso de los años, lo que debería ser la razón central de la marcha de protesta y conmemoración se ha ido pervirtiendo. Ya no es lo central el ejercicio de conciencia y remembranza sobre el autoritarismo del régimen, expresado de forma brutal en el asesinato de estudiantes, sino que se han ido sumando las más variopintas consignas e intereses propagandísticos: un amasijo de causas (procomunista, pro-EZLN, contra el imperialismo, pro-Palestina, contra la gentrificación, etcétera.).
En el caso de la última edición de la marcha, realizada hace unos días, fue más que lamentable observar el nivel de violencia de un grupo que ha sido identificado como “bloque negro”, que dejó un saldo de una centena de lesionados, mayoritariamente policías, y numerosas pérdidas económicas por la rapiña y vandalismo de los locales comerciales asaltados, entre las que destaca el robo de joyería.
Si bien no deja de ser delicado que el Gobierno utilice la fuerza pública en el marco de una conmemoración en la que precisamente se está criticando su abuso y mal empleo, ello de ninguna manera desvanece la obligación de sí utilizarla, conforme al marco legal, cuando se ponen en riesgo, gravemente, la seguridad de las personas y el cuidado de bienes tanto públicos como privados ante el ataque salvaje de esos grupos.
El análisis de la lectura oficial es interesante: “¿cómo es posible que un gobierno de libertades y de bienestar (sic) reciba semejantes muestras de repudio?”; inequívocamente, “debe ser un boicot” por parte de “infiltrados”. En esa lógica, no deja de llamar la atención que esos anarquistas o “bloque negro” hayan estado presentes en otras manifestaciones, como las feministas, las convocadas en contra de la gentrificación o en las que —a propósito de nada— atacaron el patrimonio cultural de la UNAM (el MUAC y la librería Julio Torri); sin embargo… es peculiar que no se hicieran presentes en el acto del Zócalo del 5 de octubre, ni en otros similares organizados por el oficialismo. Si la consigna del “bloque negro” es en contra del Gobierno, ¿no tendría sentido que se manifestaran justo cuando tienen a la plana mayor del régimen toda junta?
Lo del domingo pasado, por cierto, fue un día de campo para el Gobierno. Resalta el evidente uso distinto del espacio público. Incluso, se suspendió el paseo ciclista dominical para facilitar la logística para el arribo al Zócalo. Sin ser perturbados, por supuesto, ni con un pétalo de ningún “bloque negro”.