EL ESPEJO

El Nobel que desnuda la dictadura venezolana

Leonardo Núñez González. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Leonardo Núñez González. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

María Corina Machado no necesitó ganar una elección para poner en jaque a Nicolás Maduro.

Bastó con organizar a los ciudadanos para registrar, casilla por casilla, uno de los fraudes electorales más documentados en la historia reciente de América Latina.

Desde la oposición, y a pesar de su inhabilitación política, Machado fue el cerebro detrás del sitio resultadosconvzla.com, donde se publicaron las actas de más de 24 mil casillas, 81% del total, que mostraban cómo Maduro tuvo 40 puntos menos que el candidato opositor, que obtuvo 67% de los votos. Ese gesto de resistencia civil —hecho con celulares y escáneres domésticos— desmontó el mito de la invulnerabilidad del chavismo y colocó a la sociedad venezolana frente a la evidencia de su propio secuestro político, voto por voto, casilla por casilla.

El Comité Noruego del Nobel de la Paz la premió “por su lucha por una transición pacífica hacia la democracia”. Desde la clandestinidad, Machado se ha convertido en símbolo de una nación fracturada, capaz de convertir la impotencia en método. Su historia es la de una mujer que fundó la ONG Súmate en 2002 para defender la transparencia electoral, que desafió a Hugo Chávez cuando nadie se atrevía y que, al ser expulsada del Congreso y perseguida, respondió creando un partido, Vente Venezuela, y un movimiento cívico que ha resistido a golpes, exilios y cárcel.

No es la primera vez que el Nobel ilumina la oscuridad de un régimen sin poder transformarlo.

En 2021, el galardón fue para Novaya Gazeta de Rusia, que años después tuvo que cerrar por censura. En Irán, Shirin Ebadi, laureada en 2003, terminó exiliada. En China, Liu Xiaobo recibió el premio en prisión y murió bajo custodia. La historia del Nobel está llena de héroes admirados que no lograron salvar a sus países. Puede que éste también sea el caso de Venezuela, un país donde la legitimidad del poder se agotó hace tiempo, pero donde la dictadura sobrevive gracias a la lealtad del ejército, al control de las instituciones y al miedo que empujó al exilio a millones.

El premio a Machado no cambiará por sí solo esa estructura, pero reabre el tema que muchos prefieren callar. Porque mientras algunos líderes latinoamericanos siguen rindiendo homenajes al fantasma del chavismo, Venezuela se ha hundido en una miseria que la ONU describe con cifras propias de una guerra: salarios de siete dólares al mes, colas de 10 horas por comida y cientos de ejecuciones extrajudiciales al año. La revolución que prometió justicia terminó fabricando pobreza, violencia y represión.

Y aunque algunos sectores en Washington reclamaron que el Nobel debió recaer en Donald Trump por su papel en el acuerdo de paz en la Franja de Gaza, la decisión tiene una explicación sencilla: el premio reconoce méritos del año previo, y esos acuerdos aún deben demostrar su durabilidad. No es, pues, un juicio inmediato sobre el éxito político, sino sobre el valor sostenido de quienes, como Machado, se atreven a desafiar la tiranía con palabras y votos.

El Nobel no tumbará al régimen, pero puede romper su silencio. Si sirve para que el mundo mire de nuevo a los venezolanos y entienda que no hay dictadura buena, habrá cumplido su propósito. Machado ha demostrado que aun sin armas ni poder se puede vencer al miedo. Y eso ya es una forma de paz.

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