TEATRO DE SOMBRAS

Dar y recibir

Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

Todos damos y todos recibimos. ¿Hay porcentaje ideal de las dos? ¿Tiene sentido hacerse esa pregunta?

Hay dos posiciones extremas. A una la llamaré “el extremismo del recibir” y a la otra “el extremismo del dar”. La primera de ellas está fundada en el siguiente principio:

(P1) En cualquier circunstancia de la vida siempre es mejor recibir que dar.

De aquí se desprendería la siguiente regla práctica:

(R2) En nuestra relación con los demás, hay que procurar dar lo menos posible y recibir lo más posible.

El extremismo del dar se basa en el principio opuesto de que:

(P2): En cualquier circunstancia de la vida siempre es mejor dar que recibir.

De donde se desprendería la regla práctica siguiente:

(R2) En nuestra relación con los demás, hay que procurar dar lo más posible y recibir lo menos posible.

Cualquiera con un poco de sentido común reconocerá que ambos principios y ambas reglas derivadas no son una estrategia para llevar una vida buena. Quien sólo quiere recibir es un egoísta, un desconsiderado, un monstruo moral. Algo semejante puede decirse de quien sólo quiere dar, que es un insensato, que padece de la soberbia del ascetismo, y, por lo mismo, también podría describirse como un monstruo moral. Antonio Caso pudo haber descrito las dos posiciones anteriores como cercanas a sus concepciones de la existencia como economía o como caridad. Sin embargo, no coinciden plenamente con ellas, sobre todo la del extremismo del dar. No se debe confundir la caridad cristiana con la regla de que hay que dar lo más posible y recibir lo menos posible. El cristiano practica la dádiva generosa, pero no tiene que resistirse a recibir lo que los demás, movidos incluso por la caridad, le quieren dar. ¿Qué principio y qué regla debe guiar, entonces, nuestra forma de vivir en relación con el dar y el recibir?

Se podría decir que entre los dos extremos hay que buscar, como propugnaba Aristóteles, el término medio. Desde este punto de vista, se podría afirmar que la regla de acción que hemos de cultivar en este respecto es la siguiente:

(R3) En nuestra relación con los demás, hay que procurar dar y recibir en la misma proporción.

Un problema con este principio es que nos obliga a estar midiendo qué tanto damos y qué tanto recibimos para, de esa manera, lograr el balance perfecto; pero eso parece algo mezquino, como si contáramos monedas o, como diríamos, en México, chiles. En este caso, el término medio aristotélico no parece resultar la mejor regla práctica. En el fondo, lo que quizá esté mal sea supeditar los actos de dar y de recibir a un principio superior de justicia. Es muy frecuente que escuchemos quejas como la siguiente: “Es muy injusto que yo le haya dado mucho a Fulano y él no me haya dado en la misma medida”. Este reproche da a entender que cuando damos siempre esperamos algo a cambio. Pero todas las grandes tradiciones morales de la humanidad y, entre ellas, de manera sobresaliente, el cristianismo, han afirmado que uno debe dar sin esperar una retribución. La vida moral no puede reducirse a un trueque de favores y de pagos.

Lo mejor, quizá, sea no medir, no calcular en estos casos. No son las reglas ni las equivalencias lo que nos debe mover a dar o a recibir. Cuando sea moralmente correcto dar, hay que dar, y cuando sea moralmente correcto recibir, hay que recibir. Pero entonces se podría preguntar: ¿en qué consiste esa pretendida corrección moral? ¿Cómo sabemos cuándo algo es moralmente correcto y cuándo no lo es? El concepto de lo corrección moral que opera en esta recomendación —que no es ni una regla ni una norma— es un concepto que podríamos denominar como suelto, es decir, que no está atado a un principio, a una regla, a una métrica. Por eso, no siempre nos queda perfectamente claro cuándo es moralmente correcto dar y cuándo es moralmente correcto recibir. Esta incertidumbre, por pequeña que sea, es un rasgo inescapable de la vida humana. Lo único que tenemos por seguro, desde una perspectiva ética, es la suprema enseñanza de que nunca debemos dejar de dar cuando dar es lo correcto, y, vistas bien las cosas, casi siempre, dar es, en verdad, lo moralmente correcto.

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