En las fiestas patrias de 1939, en el Frontón México, tuvo lugar la fundación del Partido Acción Nacional.
A 86 años de distancia, y tras una larga serie de experiencias en la vida pública del país, el fin de semana pasado, en el mismo lugar, Acción Nacional anunció su “relanzamiento”: una serie de definiciones y redefiniciones estratégicas de cara a los desafíos que ese partido enfrenta en su relación con el poder político actual y su vínculo con la ciudadanía.
A finales de los años treinta del siglo pasado, el proyecto de partido hegemónico postrevolucionario (PNR-PMR-PRI) estaba en proceso de firme consolidación, lo que llevó a una hegemonía autoritaria en la que el partido oficial se fue superponiendo, con barreras porosas, al Estado y al Gobierno.

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Ante la cerrazón del régimen, Acción Nacional nació como un partido que, entre otras causas, abanderó la de la democratización y la de las libertades, principalmente la educativa y la religiosa, con figuras fundadoras destacadas como Manuel Gómez Morín, uno de los llamados “siete sabios” de la época, y Efraín González Luna. Fundadores, no caudillos. Un partido de extracción ciudadana, nacido de la sociedad civil —y no como escisión de otro partido— en una coalición variopinta, donde los universitarios de entonces desempeñaron un papel clave (Gómez Morín había sido rector de la UNAM).
El PAN se planteó la tarea de reconstruir al país después de las ruinas en la que lo dejó la Revolución Mexicana y la deriva autoritaria del régimen postrevolucionario; como lo advirtió Gómez Morín, ello representaba una “brega de eternidad” por delante para que, a través de la participación e incidencia en la política, llevara paulatinamente a un país más plural y democrático.
Gracias a la tenacidad de sus sucesivas dirigencias al vínculo ciudadano y a las reformas electorales que paulatinamente permitieron cierta apertura y pluralidad del sistema político, Acción Nacional fue creciendo, desde las posiciones más modestas en el ámbito municipal y los congresos locales, hasta convertirse en un partido de relevancia nacional y, finalmente, ganar la Presidencia de la República en el 2000 y mantenerla hasta 2012. El desafío electoral de 2018 lo llevó a aliarse con otras oposiciones y, ante el tsunami de 2024, incluso con su adversario histórico, el PRI.
Hoy, la consolidación en marcha de una nueva hegemonía populista obliga a las oposiciones partidistas a encarar la destrucción de la institucionalidad democrática constitucional pluralista que se había logrado. Es, de entrada, una buena noticia para el sistema de partidos en su conjunto que el PAN apueste por una renovada estrategia institucional, en oposición a un régimen con vocación autoritaria y concentradora de poder.
Los mensajes son de forma y fondo. Más allá de su nuevo logo —cuyo tono azul se puede asociar a los partidos de centroderecha en Europa y América Latina—, el PAN busca recuperar una identidad que quedó desdibujada con las alianzas electorales, como un partido orientado en torno a tres conceptos clave: patria, libertad y familia; y con una promesa central: abrirse a la ciudadanía para postular las mejores candidaturas.
En un mundo hiperpolarizado, donde la democracia liberal y sus instituciones se encuentran fuertemente cuestionadas ante el encumbramiento del populismo, la apuesta es por “ganar la narrativa”. Esperemos que eso no implique terminar adoptando —con tal de derrotar al oficialismo— una postura de populismo de derecha y un corrimiento hacia los extremos del espectro ideológico. Ya se verá si, con su “relanzamiento”, el PAN vuelve a ser una opción atractiva para la ciudadanía.

