Los empresarios producen y ofrecen bienes y servicios, con los que los consumidores satisfacemos necesidades, mismas que seríamos incapaces de satisfacer si tuviéramos que producir, por nosotros mismos, en un estado de autarquía, todos los bienes y servicios que habitualmente consumimos, y de cuya disposición depende el que, por lo menos, mantengamos el nivel de bienestar que ya hemos alcanzado. En este sentido es que los empresarios son benefactores.
Pero la esencia de la empresarialidad no es la producción y oferta de bienes y servicios, sino la invención, para luego producirlos y ofrecerlos, de mejores satisfactores, de mejores maneras, más eficaces, de satisfacer necesidades, que es la dimensión cualitativa del progreso económico definido como la capacidad para producir más (dimensión cuantitativa), y mejores (dimensión cualitativa), bienes y servicios para un mayor número de gente (dimensión social).
Ser empresario no consiste solamente en ser el dueño de la empresa y en administrarla. Consiste, además, en inventar, para luego producirlos y ofrecerlos, mejores bienes y servicios, poniendo en marcha los procesos de sustitución creativa, por los cuales, en los mercados, por el lado de la oferta, lo bueno sustituye a lo malo, lo mejor a lo bueno, y lo excelente a lo mejor, consecuencia de la empresarialidad.

Importante reconocimiento a la SHCP
Ser empresario implica, en primer lugar, realizar inversiones directas para producir bienes y servicios, crear empleos, generar ingresos y contribuir al bienestar de las personas. En segundo, inventar maneras más productivas, menos costosas, de producir y ofrecer. En tercero, inventar mejores satisfactores, mejores bienes y servicios capaces de satisfacer, más eficazmente, las necesidades. Para ello los empresarios deben encontrar tres condiciones: impuestos pocos y bajos; regulaciones estrictamente necesarias; cero posibilidades de expropiación, condiciones que en México no se dan, lo cual limita el crecimiento de la economía (grave), y el bienestar de las personas (más grave).
Para quienes dudan de la importancia de los empresarios, imaginen que pasaría si, uno de estos días, amaneciéramos sin ellos y, por lo tanto, sin sus empresas, sin más producción y oferta de bienes y servicios. Y no me refiero a los empresarios grandotes (Carlos Slim, Germán Larrea, Alejandro Bailléres, María Asunción Aramburuzabala, Ricardo Salinas Pliego, etc.), sino a los que están al frente de las micro empresas, que son el 95.4% del total: tiendas de abarrotes; puestos callejeros de comida; salones de belleza y peluquerías; panaderías y tortillerías; puestos de frutas y verduras; tintorerías, lavanderías y sastrerías; talleres de reparación mecánica o eléctrica; farmacias; papelerías; librerías de viejo.
¿Qué pasaría con nuestro nivel de bienestar, que depende de la cantidad, calidad y variedad de los bienes y servicios de los que disponemos, la mayoría de los cuales son producidos y ofrecidos por empresas, desde micros (con no más de 10 empleados), hasta grandes (más de 250 empleados), si los empresarios, y con ellos sus empresas, desaparecieran?
Puesto a escoger, entre la desaparición de lo políticos o la de los empresarios, ¿cuál resultaría más dañina?

