Reinterpretar las imágenes partiendo desde el ángulo que el fotógrafo nos ofrece, entendiendo la subjetividad que eso puede generar a la hora de emitir mi opinión o juicio.
Todos vemos las fotografías en los periódicos, revistas o en medios digitales que acompañan a un texto, ya sea una nota, investigación o simple publicidad. Todas tomadas desde la perspectiva de quien la planea para que nosotros podamos entender lo que ellos quieren.
Así es en el fotoperiodismo también, por más que el fotógrafo busque apegarse a lo que acontece ante sus ojos sin ningún tipo de influencia personal, muchas veces pasa por la posición física en la que se encuentra, por el personaje al que está siguiendo o porque así se dan las circunstancias.

Parece que Yunes y Cortés ya se traían ganas
Al menos uno siempre apuesta la profesionalismo y parcialidad de quien trabaja en ese género periodístico.
En mi caso, leer la imagen y poder compartirlo con usted es lo que me apasiona, sin embargo, también hay fotografías complicadas, porque no solo es tratar de entender la posición de lo que vemos, el tiempo y la forma.
Esta imagen es una de ellas.
El funeral de Bernardo Bravo, líder limonero de Apatzingán asesinado por el crimen organizado de la zona.
Con 41 años, dejó a su esposa, magistrada y presidenta del Tribunal Electoral del Estado de Michoacán y dos hijos pequeños.
El féretro en donde yace el cuerpo del padre del niño que vemos de espaldas; el esposo de la mujer vestida de blanco y madre del niño; al fondo amigos y familiares y un hombre en particular de negro que mira la escena de dolor frente a sus ojos.
La madre y los dos hijos (aunque aquí solo aparezca uno) iban de blanco, del mismo color de la camioneta en la que Bernardo se subió por la mañana para dirigirse al tianguis limonero de Apatzingán en donde estaba su oficina.
El mismo color que Bernardo vio en sus últimas horas de vida, y que marcaría el cambio de rumbo tras cambiar de camioneta, una blanca por una gris. La primera con escolta y la segunda sin ningún tipo de custodia.
¿Cómo se explica a tu hijo que tu padre está allí frente a él, encerrado en esa caja de madera pero que no puede salir?
¿Cómo te sostienes como madre para estar de pie con el cuerpo de su pareja, del padre de sus hijos, de su compañero de vida ya sin vida?
¿Cómo asimilar que su padre ha muerto como su abuelo?
La fortaleza de ella, obligada y por instinto para poder detener a su hijo que vemos. Le sostiene por la espalda, le acompaña con la mirada.
El color negro con el más fuerte y doloroso sentimiento de la muerte, y el color blanco con el poder de dar fortaleza para seguir en y con vida.
El dolor en los funerales siempre está a la vista, y en el tacto con los abrazos. El olor a las flores blancas, y el llanto y pesares que se escuchan bajo la mayor discreción, de quien no quiere ser inapropiado ante la familia.
Una imagen que nos obliga a reflexionar, y que nos transmite emociones que afloran los sentidos.
Una imagen que retrata una triste realidad en nuestro país. Las muertes por el crimen organizado y las madres que quedan viudas y solas frente a la inseguridad de un país que hasta hoy las voltea a ver.

