EL ESPEJO

El regreso de EU al Caribe

Leonardo Núñez González. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Leonardo Núñez González. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

El barco más poderoso del mundo cambió de rumbo. La semana pasada, el portaaviones USS Gerald R. Ford, la embarcación más grande y moderna de la armada estadounidense, dejó el mar Mediterráneo, donde operaba junto a la OTAN, y se dirigió hacia el Caribe.

No se trata de una visita diplomática ni de un ejercicio rutinario: es el despliegue militar más importante de Estados Unidos en la región en lo que va del siglo XXI.

El Pentágono anunció que el portaaviones y su grupo de ataque, compuesto por cinco destructores y cerca de 5 mil marinos, pasarán a depender del Southern Command, con sede en Miami. Oficialmente la misión forma parte de las acciones contra los grupos de narcotraficantes que ahora son considerados como terroristas. En la práctica, forma parte de una creciente escalada de poder estadounidense sobre Venezuela y la región, donde los operativos ya no interceptan lanchas cargadas con droga, las bombardean.

Desde agosto, más de 10 mil soldados han sido desplegados en la zona y la base militar de Roosevelt Roads en Puerto Rico, cerrada hace dos décadas, volvió a la vida. Hoy aloja drones Reaper, cazas F-18 y hasta un submarino. El propio secretario de Defensa (o “de Guerra”, como él mismo ha preferido llamarse) visitó recientemente la base y proclamó que estaba en “una isla flotante del poder americano”. Las imágenes de ese discurso, frente a decenas de soldados formados sobre el mar turquesa, parecían sacadas de otra época: la del dominio absoluto de Washington sobre lo que despectivamente se señala como su “patio trasero”.

Porque lo que está ocurriendo es eso: el regreso de la Doctrina Monroe, pero ahora bajo un discurso de guerra contra el narcotráfico. Trump ha reeditado el principio de “América para los americanos” con ellos como los únicos considerados como tales. Con cada ataque en aguas internacionales o cada amenaza, el mensaje es el mismo: el Caribe vuelve a ser su esfera de influencia. Y detrás del discurso contra los narcoterroristas late un cálculo geopolítico más amplio: no podemos olvidar que Venezuela sigue teniendo las reservas de petróleo más grandes del mundo y ya hay intereses petroleros estadounidenses en Guyana, justo al lado del régimen chavista.

Esta regionalización del poder militar replica lo que Rusia ha hecho en Ucrania o Israel en Gaza: dominar su vecindario inmediato mientras las potencias compiten por espacios en un orden internacional que se ha fragmentado. Para China, que observa el Caribe desde el otro lado del mundo, el precedente no pasa inadvertido. Cada paso de Washington para reafirmar su hegemonía hemisférica legitima, por espejo, un eventual movimiento de Pekín sobre Taiwán.

El viraje de Estados Unidos hacia el Caribe también coincide con una retórica peligrosa desde la Casa Blanca. Trump ha sugerido, a veces en tono de broma, a veces no, “recuperar” el Canal de Panamá o incluso “comprar” Groenlandia. Ideas que parecían extravagantes hace unos años hoy se leen como coherentes dentro de una política que concibe el territorio y los recursos como trofeos de poder. México debería mirar con atención este tablero. En la historia latinoamericana, cada vez que Washington ha reforzado su presencia militar en el Caribe, las turbulencias no tardan en extenderse hacia el continente. Hoy, más que nunca, el regreso de Estados Unidos al Caribe anuncia una era de tensión regional donde los portaaviones sustituirán a la diplomacia.

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