Un alcalde muerto, la gente se asusta,
pero son cien al día, nadie se inquieta.
La diferencia: Manzo selló su entierro
cuando se atrevió a romper con Morena, su cerro.
Dejó el partido, hizo campaña,
venció al rival de chaleco guinda.
Ganó el poder sin su bandera
y firmó su muerte, con sangre por tinta.
La huesuda llegó de prisa
en el Día de Todos los Santos,
y el gobierno, con su sonrisa,
culpó a Calderón… después de quince años.
Ayer se dijo con tono frío:
“La culpa es de la guerra del pasado”.
¿Y la Guardia? ¿La policía? ¿La fiscalía?
No, el error fue de Calderón… no del Estado.
Nadie responde por los otros 99 asesinatos diarios.
El crimen manda, la autoridad calla y la justicia es arbitraria.
Por denunciar al narco y exigir seguridad murió Manzo,
en manos del crimen, bajo el fracaso del “me canso, ganso”.
Morena le quitó el abrazo
y el crimen le dio el balazo.
Los medios gritan, pero en una semana callan.
La calaca ríe, con un bolso en el brazo,
lleno de muertos que las cifras maquillan.
La Muerte avanza, nadie la frena,
impulsada por el viento de la indiferencia.
Camina sobre un país que vive en pena,
tapando con el pasado la presente violencia.