Cuando uno toma la decisión de asistir a una marcha -principalmente- en la Ciudad de México, es aventurarse a la esperanza colectiva de que puedas encontrarte a muchos otros y otras en quienes puedas reconocerte con tus inquietudes y con la misma bandera de la causa.
Hace 16 años que acudí a mi primera marcha en la capital, venía de Monterrey para el antiguo DF a hacer fotos cada quince días. Casualmente mi cliente se encontraba a unas cuadras de la Alameda, muy pegado al Barrio Chino.
En esa ocasión había una marcha para la desmilitarización del país, en donde el escenario era complejo y también un poco “caliente” en los ánimos de los ciudadanos y de quienes la organizaban.
Esa ocasión yo traía una bota inmovilizadora en mi pie izquierdo por dos esguinces de tercer grado, y decidí pararme en Bellas Artes para hacer una que otra foto. La marea de la gente y su energía colectiva me llenó de adrenalina mi pie estático y decidió aventurarse a caminar hasta el Zócalo.
Me llené de electricidad, yo opinaba lo contrario en ese tiempo, porque en mi estado regio era mejor tener a los soldados en la calle a no tenerlos, pero ese es otro tema.
Allí inició mi historial en las marchas de la capital, y el reconocimiento de mi voz en la de otros. Podía gritar consignas que nunca había escuchado, podía caminar libremente aún con el tobillo casi roto y nadie me empujaba. En medio del gentío, tuve la fortuna de que alguien gritara mi nombre, y me reencontrara con una amiga de la prepa cuando estudié en Guadalajara.
Mi primera experiencia fue muy buena, una historia que contar y un campo abierto que ofrecía el DF a la expresión de cualquiera que quisiera exigir, opinar y manifestar.

Así fui regresando a varias marchas por la paz, y después cuando me mudé finalmente se fue convirtiendo en una acción cotidiana como ciudadana comprometida con mi país, sociedad y el eco de la voz.
Como regia-tapatía, he aprendido a gitar sin pena, a brincar con desconocidos, a reconocer la textura de la Av. Reforma, Juárez, 5 de mayo, Madero y el propio Zócalo.
He escuchado los martillazos de mujeres en las vallas y las rupturas de cristales. Los gritos de enojo de muchas de ellas en los 8 de marzo. He visto fogatas de las consignas escritas en papel y un poco de gases morados.
He tenido la suerte que desconocidos y desconocidas me han advertido que me mueva de lugar cuando parece que correremos peligro. Y los he escuchado.
He marchado con mi hija desde su primer año. Por la defensa a la democracia, por la paz, por el respeto a las instituciones, por las mujeres, por la falta de medicamento para niños con cáncer y por un mejor país.
Como podrán leer en cada línea, nunca ha caído la violencia, los golpes, el riesgo y la represión.
Esta última marcha del 15 de Noviembre nombrada como de la “Generación Z” ya está en nuestra mente por las imágenes en televisión y redes sociales de violencia, de golpes, de heridos y lo turbio del aire por gases lanzados al aire a los manifestantes.
¿Y las fotos del camino?
¿Alguien ha visto o retenido en su memoria las fotografías donde caminábamos tranquilos, unos gritando, otros riendo, otros conversando, muchos rezando y unos tantos con nuestros hijos??
¿En dónde han quedado las fotos con los amigos en el camino? Hemos perdido esas fotos en el carrete digital del teléfono, e incluso en la memoria las hemos recorrido hasta el fondo, porque olvidamos que hicimos una marcha de “PAZividad”.

En el camino platiqué con parejas jóvenes y no tanto, con las monjitas que rezaban, me sonreí con otras mamás que iban en familia. Gritamos juntos muchos ¡Viva México! Cantamos el himno y mucho de ello lo fotografiamos.
Lamentablemente, esas imágenes podrían haberse perdido, pero están. Es cuestión de mirar lo bien que íbamos, y claramente nuestras mejores intenciones de expresarnos, de encontrarnos en el otro mexicano, en la otra mamá que quiere lo mejor para sus hijos, entre ellos enseñarles que se sale a las calles a exigir el respeto cuando no nos escuchan desde casa.
Si usted busca las fotos, las encontrará. Yo encontré las mías y mis ganas de seguir marchando, también.
