VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

Del petróleo al prestigio: culmina el rebranding de los reinos del Golfo

Gabriel Morales Sod<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Gabriel Morales Sod*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Los tres países petroleros más ricos del golfo Pérsico: Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Catar, se han consagrado no sólo como potencias económicas de alcance global, sino también como actores centrales en el juego político internacional y en ámbitos tan variados como el deporte y la cultura.

Hace apenas una década, analistas políticos y economistas, al tratar de prever el futuro de estas naciones desérticas, que de la noche a la mañana se convirtieron en países ricos gracias a las ganancias del petróleo, identificaron dos grandes retos para su florecimiento.

En el ámbito político, los politólogos advertían que las tensiones entre el rápido desarrollo económico y los sistemas monárquicos y autoritarios de estos países podrían entrar en contradicción, poniendo en riesgo su estabilidad. En el ámbito económico, los analistas se preguntaban si estas naciones serían capaces de transformar las ganancias derivadas de un recurso finito como el petróleo en inversiones sostenibles, tanto en el extranjero como en su economía local, que garantizaran su desarrollo futuro.

La visita del rey de Arabia Saudita, Mohamed bin Salmán, a Washington esta semana, simboliza la victoria de los países del golfo en ambos frentes. Hace sólo siete años, el reino saudita atravesaba una profunda crisis política. Tras la llegada al poder del joven monarca, de apenas 31 años, comenzó una ola de represión y expropiación de bienes a sus rivales políticos, incluidos varios miembros de su propia familia, que alcanzó su punto máximo con el asesinato del periodista opositor del Washington Post Jamal Khashoggi, perpetrado con el consentimiento de Bin Salmán según la CIA.

La estrategia del monarca para contener la ola de condena internacional y asegurar su supervivencia política fue doble: por un lado, profundizó sus relaciones económicas con el presidente Trump, un empresario poco preocupado por los derechos humanos en Oriente Medio, y por otro, impulsó una serie de reformas liberalizadoras dentro del país, como la ampliación de derechos y libertades para las mujeres.

En el ámbito económico, siguiendo en parte el modelo noruego, un país que ha sabido reinvertir las ganancias del petróleo a través de su fondo soberano de inversión, Arabia Saudita creó su propio fondo, diversificando sus inversiones en sectores tan dispares como el turismo de lujo en el norte del país, contratos millonarios para la construcción de centros de datos con la empresa xAI de Elon Musk, o el financiamiento de universidades estadounidenses y de la ópera del MET, por poner sólo unos ejemplos. Estas inversiones persiguen dos objetivos, garantizar que el reino siga generando ganancias más allá del petróleo y posicionarse como líder internacional en ámbitos tan distintos como el golf y el arte.

De manera similar, Catar y los Emiratos han convertido a Doha y Dubái en capitales globales, albergando mundiales de futbol y ferias internacionales, y reinvirtiendo su riqueza en mercados occidentales, llegando incluso a ejercer control político sobre instituciones culturales en el extranjero. En un mundo donde el dinero manda, los tres reinos han sabido reconfigurarse, de tal modo que su poder económico e influencia internacional los blindan frente a las críticas por los abusos de derechos humanos que continúan cometiéndose en sus territorios, como las más de 300 ejecuciones en Arabia Saudita; o los cientos de muertes durante la construcción de estadios para el Mundial de Catar, abusos que refuerzan internamente el poder absoluto de sus monarcas.

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