La privacidad y el anonimato del hogar y de la más preciada intimidad han dejado de ser escondites de la violencia. La lucha por frenar agresiones habita problemáticamente en la intimidad doméstica y el algoritmo.
Desde el asesinato de las hermanas Mirabal en 1960, origen del 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer —asumido como tal por la ONU en 1999—, hasta la agresividad refinada del acoso digital en 2025, lo que se mantiene es la impunidad.
Si en los años 60 la violencia era justificada por las estructuras del Estado represor, ahora se esconde en la intimidad familiar y en el anonimato del algoritmo donde el responsable es al mismo tiempo más variado y es el mismo diversificado, básicamente hombres del entorno familiar o de otras proximidades, elegidas o no. La violencia no necesita grandes espacios para ejercer poder. Si hay un micropoder hay un microespacio donde se ejerce.

Reconocimiento al Ejército
En el 25N y el inicio de los 16 Días de Activismo, programas como los presentados ayer por la Presidenta Claudia Sheinbaum y la Jefa de Gobierno de la CDMX, Clara Brugada, suponen una violencia multidimensional y consecuentemente buscan una respuesta institucional múltiple.
Los datos de la ONU y la Cepal ratifican que alrededor del 70 por ciento de los feminicidios en América Latina ocurre en contextos domésticos. La violencia doméstica emocional, el gaslighting —negar, manipular, inducir la creencia de la presunta enfermiza actitud de otra persona, particularmente mujer—, amenazas veladas, ciclos de silencio y explosión, preceden a la agresión física y la extienden.
El otro territorio es el digital, un espacio inexistente cuando las Mirabal fueron asesinadas y ahora moldea comportamientos, deseos, vínculos y violencias. Las redes sociales son terreno fértil para difusión masiva de contenidos degradantes, los cuales sexualizan o deshumanizan a mujeres. El caso viral más reciente, el de Fátima Bosch, quien ante los señalamientos de fraude en su coronación como Miss Universo ha cuestionado en sus redes: “¿Qué tiene que haber en el corazón de una persona para desearle el mal a alguien que ni siquiera conoce?”. Ciertamente puede ocurrir con cualquier persona.
El acoso coordinado, filtración de datos personales, vigilancia digital, mensajes sistemáticos para quebrar la autoestima, construyen un escenario donde la agresión no termina nunca. Es un feminicidio emocional —como lo ha llamado desde Ola Violeta su presidenta, María Elena Esparza Guevara— con víctimas con cicatrices invisibles.
La denuncia a través de líneas telefónicas de atención, como 079 opción 1 a nivel federal, *765 y 9-1-1 en CDMX, representa la mejor oportunidad de combatir lo que ocurre en el ámbito privado y en el espacio virtual.
La batalla implica entender al territorio del daño como público, privado y digital.

