LA MALETA DEL CINE

Algo acecha la selva

Javier Solórzano Casarín │ *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón
Javier Solórzano Casarín │ *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón Foto: Especial

Mucho se puede decir sobre Arnold Schwarzenegger, últimamente cosas positivas si leemos sus declaraciones en contra de Trump y del alza del fascismo en Estados Unidos, pero lo que no se puede negar es que ha hecho muchas películas muy entretenidas y en algunos casos hasta clásicos. Sin contar las otras secuelas, la primera y segunda parte de Terminator (1984-1991) son extraordinarias cintas de acción y de ciencia ficción.

Depredador (1987), de John McTiernan, es otro ejemplo en la filmografía de Schwarzenegger de un híbrido formidable de tres géneros: ciencia ficción, terror y acción. El resultado es una experiencia máxima de diversión, auténticos escalofríos y un escape de la realidad como pocos.

Ahora que se encuentra en cartelera, Depredador: Tierras Salvajes (2025), del estadounidense Dan Trachtenberg, la última secuela de la exitosa franquicia, vale la pena regresar al origen. A donde comenzó todo.

Depredador fue un éxito con el público y con los críticos, y por qué no, tiene los ingredientes necesarios. La mayor estrella de acción de su época, uno de los mejores directores de acción de los años 80, McTiernan, dirigió unos años después clásicos como Duro de matar (1988) y La caza al octubre rojo (1990) —inéditos efectos especiales y visuales—, una referencia para toda una nueva generación de creación digital en el cine, la música de Alan Silvestri (Volver al futuro), la edición y la narrativa vertiginosa.

Y cómo olvidar “la dosis inmensurable de testosterona” que radica en la película, los personajes estadounidenses son los soldados más valientes, más corpulentos y más machos que se han reunido en una sola cinta.

Pero lo que la hace única es el monstruo de Depredador, una de las criaturas más espectaculares y aterradoras de la historia del cine.

Filmada en las playas de Puerto Vallarta y en las Sierras Madre del Sur de Oaxaca y de Chiapas —las locaciones son el escenario perfecto para la atmósfera y para la premisa de esta fusión revolucionada de géneros—. Depredador nos arroja al corazón de la jungla (en un país centroamericano, se imaginarán la arcaica ideología estadounidense), donde un grupo de soldados de élite, diríamos que los más élite del mundo, son desplegados a la selva para rescatar a un grupo de prisioneros de guerra y regresarlos a casa, sanos y salvos. Lo que parecía ser una misión un tanto convencional, comienza a complicarse gradualmente y se torna en un juego de sobrevivencia para los especializados soldados cuando un monstruo poderoso e invencible comienza a acecharlos y a matarlos de manera brutal a uno por uno.

Para pasarla bien, en el filo de sus asientos y para disfrutar de la labor de algunos de los mejores artesanos del gremio del cine del norte —Stan Winston, uno de los genios en la materia de efectos visuales en Hollywood, asistió en la cinta—, está película es la indicada.

Como anécdota: al iniciar la producción, el monstruo era una figura muy rudimentaria con cabeza de perro, el traje fue operado por Jean-Claude Van Damme. El concepto se descartó inmediatamente.

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