La relación con Estados Unidos debe ser siempre la máxima prioridad de la política exterior mexicana.
La intensa relación comercial, los flujos migratorios y, en general, la dinámica fronteriza o el combate a las redes de crimen organizado que operan en ambos países, son sólo algunos de un catálogo amplio de temas de la agenda binacional, que ameritan un cuidado particular y un mantenimiento prioritario de la relación.
Por ello, los líderes de las naciones vecinas deben mantener encuentros frecuentes. Tomando en cuenta, adicionalmente, que se trata de una relación asimétrica, resulta de particular interés para el país en desventaja el procurar encuentros cordiales y productivos, para que, a partir de ellos, las distintas dependencias de los gobiernos involucrados se encarguen de ejecutar los acuerdos de los líderes. Cuando, además, las administraciones de ambos países inician de manera prácticamente simultánea, el país en desventaja tiene todos los incentivos para tomar la iniciativa y generar esos encuentros de la cúspide de los gobiernos.

Ocurrencia mediática
Sheinbaum y Trump se pudieron haber conocido en un encuentro no forzado y en un entorno favorable hace más de un año, en París —cuando el segundo todavía era presidente electo—, aprovechando un evento global y festivo, como fue la excelsa reinauguración de la catedral de Notre Dame. O, tal vez, en los funerales del Papa Francisco, ocasión que convocó a los líderes de todo el mundo —ocasiones ambas, por cierto, a las que asistieron muchos líderes de países laicos como México, pues se trató de eventos de Estado (¿qué país tiene más tradición de laicismo que Francia? ¿qué no México tiene relaciones diplomáticas con la Santa Sede?)—. O bien, la Presidenta pudo haber ido a Nueva York, en septiembre, a la Asamblea General de las Naciones Unidas, que celebró su octagésimo aniversario. Hubo, pues, varias oportunidades de propiciar encuentros, en terrenos neutrales, entre los líderes de ambos países.
El colmo fue cuando estuvieron a punto de encontrarse en Alberta para tratar temas de interés comercial con Canadá, el otro importantísimo socio en la región; pero el vuelo comercial de ella no le permitió llegar antes, mientras que al otro no le dio la gana esperar y se fue a atender asuntos más urgentes (el seguimiento, que le corresponde como nación hegemónica, al conflicto en Medio Oriente).
Total que tuvieron que pasar nada menos que ¡10 meses y 15 días! para que se diera un encuentro. Es un hecho que Donald Trump es un interlocutor con el que nadie quisiera negociar; pero es lo que hay y es lo que corresponde hacer. Y sin duda debe ser difícil lidiar con la actitud pasiva-agresiva con la que trata a la Presidenta mexicana: por un lado, se expresa de ella de forma condescendiente y hasta con algún halago, mientras que por el otro le suelta críticas feroces, básicamente concentradas en que el gobierno está paralizado ante el crimen organizado en el país. En tiempos de paz, nunca antes en la historia binacional, no sólo el presidente, sino agencias del gobierno de Estados Unidos, habían emitido declaraciones tan hostiles contra México y su Presidencia. Tal vez se temía que Trump le fuera a montar a Sheinbaum una escena como las que sufrieron los presidentes de Sudáfrica o de Ucrania en la Casa Blanca.
Por eso se entiende el júbilo del régimen ante el encuentro inocuo y la foto en ocasión del sorteo de la FIFA para el Mundial de Futbol 2026. Pero conseguir una visita de Estado (la última que concedió Estados Unidos a México fue con el presidente Felipe Calderón) o, al menos, un encuentro oficial o reunirse en foros multilaterales para tratar los muy apremiantes temas de la agenda binacional y regional, al parecer eso puede esperar.

