David Lynch, quien tristemente falleció el 16 de enero de este año, fue uno de los verdaderos alquimistas del cine contemporáneo. Uno de esos artistas que llevaron al límite todas las posibilidades de la expresión cinematográfica. Extraordinario director, escritor y pintor que tuvo la osadía y la visión de explorar los confines de la creación artística. Su obra dejó una huella indeleble en la imaginación colectiva de las audiencias alrededor del mundo.
Su filmografía fue tan versátil como subversiva. El misterio de sus películas, inmerso en los universos que creaba y en los personajes que los habitaban, se desenvuelve de una forma tanto hipnótica como surrealista. Su ópera prima Cabeza borradora (1977) lo puso en la mira de muchos grandes cineastas de la época. Kubrick le confesó a Lynch que Cabeza borradora era una de sus películas favoritas.
La obra de David Lynch navegó por la cuerda floja de una delicada simbiosis entre la forma y el contenido. Se puede argumentar que en algunas ocasiones la forma rebasó al contenido, lo que algunos críticos juzgaban de su trabajo. Su inimitable voz creativa se expresaba con tal fortaleza y voluntad en las imágenes y en la atmósfera de sus filmes, que parecía que la trama y los personajes se diluían en su estilo vanguardista. Ésa podría ser una lectura. Por otro lado, el cine de Lynch, lo repito en muchas ocasiones, es una filmografía que se debería apreciar a través de los sentidos y las emociones, más allá de comprenderse de una manera racional.

Fecha para el tren
No hay mejor ejemplo para ilustrar esta última reflexión que la cinta Carretera perdida (1997) —actualmente en la cartelera de la Cineteca Nacional—. Cuando se estrenó fue una de sus obras más controversiales, no había punto medio, el público la amaba o la odiaba.
Pocas películas del cineasta Lynch enfatizan aquella cuerda floja que mencionaba anteriormente. Es tal la complejidad del misterio, del enigma, que envuelve a la trama (si se le puede catalogar así) y a los personajes, que permanece una sensación de que se trata de un ejercicio o experimento artístico más que de una cinta. Desde otra perspectiva retrata temas de identidad, de la ambigüedad de la experiencia humana y la dualidad de los seres humanos. También podría hacer alusión a esa naturaleza rebelde, desenfrenada y peligrosa que todas y todos sometemos para poder funcionar de manera aceptable en una sociedad “civilizada”.
Al fina, como muchas otras cintas de Lynch, podemos verla de muchas maneras y dejar que nuestras interpretaciones e imaginaciones sean libres. Por eso vivir una película del cineasta siempre va a ser una experiencia diferente y única.
En materia visual y sonora es sin duda impecable y estremecedora. Es un viaje, que entendamos o no, vale la pena tomar por el lado oscuro del camino.

