La segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Chile, celebrada el 14 de diciembre, cierra el ciclo 2025 de las elecciones en América Latina y confirma una tendencia importante en el cambio pendular de la región en el espectro ideológico; ciclo que incluye las elecciones presidenciales de octubre en Bolivia y la de apenas el mes pasado en Honduras —donde, a pesar de la imposibilidad de tener aún un resultado definitivo entre los dos candidatos punteros en un empate técnico (39.9%), con una diferencia de dos centésimas, lo cierto es que dejaron muy atrás a la candidata de la continuidad de la presidenta saliente, Xiomara Castro, que apenas alcanzó 19.1% de los votos—.
Veamos en primer lugar el caso específico de Chile. Desde el retorno a la democracia en aquel país la constante es que la elección presidencial se resuelva en segunda vuelta. Esta vez no fue la excepción: pasaron al balotaje la candidata de la continuidad, Jeanette Jara, que se impuso en la primera vuelta con el 27% de los votos, seguida del opositor José Antonio Kast, que apenas había alcanzado el 24%; sin embargo, se perfilaba desde entonces que Kast realizaría la remontada y ganaría la elección en segunda vuelta, lo cual efectivamente sucedió, y con contundencia (58.16 contra 41.84%).
Varios motivos pueden contribuir a explicar el éxito electoral de Kast. En primer lugar, que otra constante en Chile es la alternancia: va a ser la cuarta al hilo. En 2006 fue la última vez que el traspaso de mando se hizo entre presidentes del mismo grupo político (Ricardo Lagos a Michelle Bachelet, ambos socialistas).
También, desde luego, está la percepción negativa predominante sobre el gobierno del presidente saliente, Gabriel Boric. Más allá de sus indiscutibles aciertos en política exterior —lo más notable, su congruente defensa de la democracia y condena a los autoritarismos, a diferencia de otros gobiernos populistas de izquierda en la región, a los que les gana la ideología y son timoratos para condenar los abusos de los de su clan—, internamente tuvo importantes debilidades. Si bien entró con el aura de ser un presidente extraordinariamente joven, proveniente de los ciclos de protestas estudiantiles, para buena parte de la sociedad chilena se trató de un gobierno inexperto, falto de pericia y de oficio político. Queda en el registro que durante su gobierno ocurrieron dos intentos fallidos de reforma constitucional, con sendos fracasos contundentes en los plebiscitos de septiembre de 2022 y diciembre de 2023.
Jara, como ministra de Trabajo de Boric, no supo o no quiso marcar distancia ni del deterioro en la aprobación del gobierno ni de la etiqueta de comunista (y quedar atrapada en esa etiqueta no es precisamente una buena estrategia para ganar elecciones). Por su lado, Kast entendió bien la lección tras las derrotas en las elecciones de 2017 y 2021: centró las críticas al gobierno en las políticas migratorias y de seguridad; fue mucho más moderado que antes —hubo un candidato más de ultraderecha, Johannes Kaiser—; hábilmente esquivó cometer los errores de la elección de 2021 (con narrativas contra el aborto, derechos de la población LGBT+ y persecución política); y, muy importante, articuló un mensaje esperanzador y ordenado para dinamizar la economía y mejorar la seguridad en Chile.
En conclusión, se van añadiendo países latinoamericanos que abandonan a la izquierda populista para sumarse al vuelco pendular hacia la derecha, en muchos casos populista también. En un contexto generalizado de polarización —alentada precisamente por los mismos gobernantes populistas— ¿quiénes tendrían que poner sus barbas a remojar?