EL ESPEJO

Adiós al año y el orden viejo para México

Leonardo Núñez González. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Leonardo Núñez González. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

Se va el año y, con él, los últimos restos de un orden internacional que llevaba tiempo resquebrajándose. Lo que vimos en estos meses no fue una anomalía: fue el cierre de una etapa.

Durante décadas, la política internacional se sostuvo, al menos en el discurso, sobre una mezcla de reglas, valores liberales y compromisos multilaterales. Democracia, derechos humanos, libre comercio y cooperación eran el lenguaje común, incluso cuando se violaban en la práctica. Hoy ese lenguaje empieza a sonar viejo. Estados Unidos, el principal arquitecto de ese orden, ha decidido abandonar cualquier pretensión de coherencia moral y abrazar sin pudor una lógica de poder crudo: America First no como consigna electoral, sino como doctrina estructural.

En este nuevo escenario, Washington no busca aliados, sino ventajas. No promueve valores, sino intereses. Negocia desde la amenaza, no desde el consenso. Los aranceles, las presiones comerciales y la instrumentalización de la seguridad regional son ahora herramientas normales de política exterior. El mensaje es claro: quien gane algo en la relación con Estados Unidos será por utilidad, no por afinidad política o democrática.

Para México, esto crea una paradoja peligrosa. Por un lado, nuestra posición estratégica parece fortalecerse. La relocalización de cadenas productivas, la rivalidad comercial con China y la política tarifaria estadounidense han colocado al país en un lugar privilegiado dentro de América del Norte. Exportamos más, atraemos inversiones y nos volvemos indispensables.

Pero ese beneficio es frágil: depende de la voluntad de un socio dominante que no cree en reglas estables, sino en transacciones coyunturales. Al mismo tiempo, nuestra política exterior ha optado por un discurso de neutralidad que, en los hechos, ha derivado en concesiones preocupantes. Hemos defendido a regímenes autoritarios como los de Nicaragua y Venezuela, minimizado violaciones graves a derechos humanos y normalizado decisiones difíciles de justificar, como el apoyo energético a Cuba regalándoles combustible. Todo bajo el discurso de no intervenir, aun cuando la no intervención termina siendo complicidad.

Este viraje no ocurre en el vacío. El deterioro democrático es global. Los datos del proyecto Variedades de Democracia (V-Dem) han documentado una caída sostenida de la democracia en el mundo, con más países retrocediendo que avanzando, y México no es la excepción. La erosión institucional, la concentración de poder y el debilitamiento de contrapesos han reducido el costo internacional de abandonar principios democráticos. En un mundo donde la democracia pierde centralidad, defenderla deja de ser rentable.

Ahí está la tentación: navegar este nuevo orden sin compromisos, sacando ventajas tácticas, jugando a varias bandas. México podría intentar relanzar su posición internacional, diversificar alianzas y presentarse como un actor pragmático en un sistema sin reglas claras. Pero el margen de error es mínimo. En 2026 vendrá la renegociación del tratado comercial con Estados Unidos y Canadá, y llegar debilitados institucionalmente, sin credibilidad democrática y con una política exterior errática, es un riesgo que no podemos subestimar.

El viejo orden se va sin despedirse. El nuevo no promete estabilidad ni justicia, sólo transacciones. La pregunta no es si México puede beneficiarse de este mundo más cínico, sino cuánto está dispuesto a ceder, en principios, en autonomía y en futuro, para hacerlo. Porque en la política internacional, como en la vida, aprovechar una oportunidad sin medir el costo suele salir caro.

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